¿AMEDO? ¿McCLOSKEY? ENTRE DOS EX…

¿AMEDO? ¿McCLOSKEY? ENTRE DOS EX…

27 de agosto de 2024 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

En esto de la guerra oculta hay que tomar partido, incluso si se es agente doble o triple. Tengo ahora sobre la mesa dos libros sobre espionaje. Uno -novedad editorial- es Estación Damasco, de David McCloskey, ex analista de la CIA. El otro es La conspiración. El último atentado del GAL, del ex subcomisario José Amedo. Dos ex, pues, aunque en el caso de McCloskey pueda lo de “ex” presumirse dudoso… Engrosa uno el catálogo de Salamandra y sacó el otro, en su momento, Espejo de Tinta. El segundo de los libros, además de haber sido escrito por un tío con quien sus seguidores en Youtube sabemos o intuimos -en el fondo, es lo mismo- que vale la pena tomarse dos copas, cosa que, como en otro artículo dijimos, difícilmente se nos ocurriría hacer con los macarras de la política que lo traicionaron… El libro de Amedo, decíamos, muestra el espionaje tal cual es. Incontestable prueba de ello es el nombre de su primer jefe en la policía de Bilbao: Dídimo Carvajo. No se encontraría una unión de patronímico y apellido más realista ni en los viajes a la Alcarria de Cela. ¡Que lo mejore quien pueda! Y, si nunca hemos podido conocer la identidad del “hombre de la gabardina” del Hotel Mindanao, clave en la trama para asesinar a Carrero Blanco y cuyas huellas ha seguido con denuedo Manuel Cerdán, en el libro de Amedo -¡realismo!- sí nos queda claro quién era el “hombre de la paella” del Hotel Eurobuilding. Aquí no hay trampa: tú enseñas una carta, yo enseño otra.

El primero de los libros, en cambio, nos transmite o retrata bajo la máscara de la ficción no el mundo del espionaje tal cual es, sino tal como la CIA quiere que pensemos que es. No en vano se encarga el departamento de prensa de comunicarnos la impresión del general David Petraeus, antiguo director del organismo en cuestión, calificando esta obra como la mejor novela de espionaje que haya leído nunca. ¡Por supuesto!

La cosa es muy distinta según uno se alinee con Amedo o con McCloskey. En cualquier entrevista que concede, Amedo exhibe en carne viva todas sus cicatrices, con dos pares y acorralando a los periodistas pesebreros, que, sudando la gota negra, reculan como caniches apenas han hecho amago de ladrarle. En cuanto a McCloskey, la verdad es que posas la mirada sobre su foto y te parece sacada de un banco de imágenes. El tono y armazón de la novela se antojan producto de un programa de inteligencia artificial. Y en todas las entrevistas por él cumplimentadas cuenta la misma anécdota sobre cuan difícil es encontrar una grapadora en la sede central de la CIA en Langley. Sorprende un poco que alguien dedicado a la fantasía literaria repita por doquier respuestas tan monocordes y mecánicas.

Estación Damasco es en este sentido -subrayamos: en este sentido- la perfecta novela de espías, por cuanto responde a las necesidades propagandísticas de una agencia de inteligencia. Ya precisó, claro que off the record, de qué iba y va la cosa aquel ministro sueco a un periodista al que daba la espalda mientras disfrutaba desde el ventanal de las vistas de Estocolmo: “Olof Palme ya está muerto. Ahora no importa lo que pasó, sino lo que queremos que la gente piense que pasó”… ¡Nos entendemos!

Todo en el Damasco de la novela de McCloskey responde al guión de una serie o película producida por Netflix. Los orientales son crueles, torturadores y corruptos, pues en Estados Unidos y Europa no se practica la crueldad, la corrupción ni la tortura. Y las orientales, unas esclavas oprimidas salvo que escuchen a Enrique Iglesias, practiquen artes marciales y se acuesten con occidentales, en cuyo caso están del lado de los buenos, dejan la puerta abierta a un prometedor futuro y pueden, por tanto, ser consideradas almas en el camino correcto. Por supuesto que nos brindan las páginas firmadas por McCloskey frases legítimamente literarias, y no de inteligencia artificial, como: “La palabra ´caza´ despertó el recuerdo de un agente de apellido Sanders que tenía que encontrarse en Ankara con un activo ruso”, que, por más que Sanders carezca a título de identificador del peso y solera que Dídimo Carvajo, no dejan de retrotraernos hasta atmósferas tan queridas como las de El tercer hombre.

Ambos libros son entretenidísimos y nos ayudan a intentar superar el paso al Más Allá, en pleno verano, de Alain Delon. Uno -aliento a whisky en cada página y ningún problema para encontrar en Bilbao una grapadora- es para asiduos de Youtube. El otro, diseñado con la pulcritud esterilizada del videojuego, para cofrades de Netflix. ¡Que cada lector seleccione su canal!