LA PREGUNTA DEL GRIAL

LA PREGUNTA DEL GRIAL

6 de julio de 2024 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

La de Martín de Riquer, importante medievalista y arrojado requeté del Tercio de Nuestra Señora de Montserrat, fue la primera traducción al castellano de Il contes del graal (El cuento del grial), la obra de Chrétien de Troyes que ahora Acantilado nos sirve acompañada del texto en versos pareados octosílabos en francés antiguo. Se trata, como sabemos, de un libro inconcluso debido a la muerte de su autor y luego retomado por varios trovadores vinculados, como él, a la Casa de Flandes. Y es que Chrétien dijo con claridad, en la dedicatoria de su libro, disponerse “por orden del Conde” a “rimar el mejor cuento que fue contado en corte real … sobre el cual el Conde le dio el libro”. El Conde en cuestión era Felipe de Flandes, corresponsal de Hildegarda de Bingen y primo de Balduino IV de Jerusalén, aquel Rey Leproso firme candidato a Rey Pescador.

Aduce Martín de Riquer que, puesto que Chrétien de Troyes no hace alusión en su dedicatoria a la condición de cruzado de Felipe, la obra debió ser compuesta antes de la partida de éste a Tierra Santa, dando como probable fecha de su escritura el espacio temporal comprendido entre 1178 y 1181. El problema es que, si bien Riquer parece ignorarlo, 1178 fue el año en que Felipe de Flandes ya acababa de regresar de su primer viaje a Tierra Santa. Y que mucho menos pudo, como asegura, emprender su primer viaje allá en 1191, pues para entonces ya había muerto en Acre. En cuanto a aquel libro sobre el Grial dado por Felipe de Flandes a Chrétien para que le sirviese de inspiración, si bien aventura Riquer que pudo tratarse de la Historia del graal de Robert de Boron, la mayoría de los estudiosos considera este escrito posterior y su argumento, en cualquier caso, nada tiene que ver con el de Chrétien, en cuyas páginas la temática específicamente cristiana se mantiene en un plano implícito y no hay en él ni rastro de José de Arimatea, el cáliz de la Última Cena y demás motivos centrales de la narración de Boron.

Y es que, lejos de estar puesto al día, el estudio de Martín de Riquer aquí incluido a modo de prólogo a su traducción de El cuento del grial viene siendo publicado por Austral desde mediados de los 60. Fallecido Riquer casi centenario en 2013, sus últimas publicaciones relativas al mundo griálico datan, si no erramos, de 1989 y 1995 y esta en concreto, de 1985. Está claro que cuando escribió el texto de la edición que tenemos entre manos no podía estar al tanto de los estudios al respecto aparecidos en las últimas tres décadas. Nos sentimos, pues, más cerca de la tesis de Victoria Cirlot, estudiosa en profundidad de la historia de la Casa de Flandes y que apunta hacia que aquel libro inspirador del debido a la pluma de Chrétien podría ser uno traído por Felipe de Flandes de su primer viaje a Tierra Santa.

Mas, para nuestra sorpresa, nos encontramos con que en el capítulo IX, dedicado a Felipe Flandes, sí que se hace paradójicamente Riquer eco de estos datos, pero sin corregir las antedichas aseveraciones absolutamente en contrario incluidas por él en el capítulo primero. Como hacia el final de su estudio especula en el sentido de que probablemente, al morir Chrétien, alguien tomó las tablillas de cera que éste no había tenido tiempo de pasar a pergamino y se ocupó de que así se hiciera, mezclando por ignorancia en una sola obra las aventuras de Perceval con las de Gauwain, acaso pertenecientes a dos obras diferentes que estuviera Chrétien componiendo al mismo tiempo, nos preguntamos si, de igual modo, alguien ha acoplado aquí al estudio del Riquer ya muy anciano unas “tablillas de cera” recogiendo reflexiones suyas de última hora, sin reparar en la necesidad de corregir algunas de las ya pasadas en su día por él a “pergamino”. Así que, a los misterios asociados a la composición de El cuento del grial, vienen a sumarse mil años después los de la composición de los estudios sobre el mismo, como el de este gran erudito que fue Martín de Riquer, cuyo nombre tan medieval nos suena. Y es que ya lo decía Anaïs Nin: “El Conocimiento no mata la sensación de asombro y misterio. Siempre hay más misterio”…

En otro orden de cosas, dice Riquer que “el espíritu cristiano y plenamente ortodoxo, con fidelidad a la tradición católica, domina en el episodio central” de la novela, el del cortejo del Grial. A nuestro modo de ver, sin embargo, si bien está claro que, como afirma, el cortejo del Grial “tiene un profundo sentido cristiano”, dudamos que no haya en él “la menor concesión a cualquier mito” ajeno en principio a esta tradición. De hecho, no nos parece satisfactoria su explicación de que las mujeres portadoras del Grial y de la bandeja de plata en esa procesión, identificada por él como un viático o comunión de enfermo, sean representaciones de la Iglesia católica, interpretación compartida con él por Victoria Cirlot.

Y no nos lo parece porque nunca el tema del Grial ha constituido objeto de meditación para la Iglesia católica, que ni en su teología ni sus sermones se ha ocupado jamás de los textos relativos a él. Por otra parte, en esa comunión de enfermos griálica todo sacerdote brilla por su ausencia. De hecho, no aparecen sacerdotes propiamente dichos en la obra de Chrétien o en las otras novelas sobre el Grial. Los hombres santos con quienes se encuentran y de quienes reciben enseñanzas los caballeros no son párrocos ni obispos, sino anacoretas que viven solos en ermitas abandonadas o aisladas enclavadas en una geografía visionaria, es decir, más acorde con la del mundo sutil u onírico que con el mapa de las diócesis vaticanas. Así pues, nos sentimos más de acuerdo con René Guénon cuando apunta: “Que la leyenda del Grial sea cristiana no es discutible … pero, ¿esto impedirá necesariamente también sea otra cosa al mismo tiempo?”… refiriéndose de modo expreso a una “transmisión de elementos tradicionales de orden iniciático del druidismo al cristianismo” y a la acción de una línea de transmisión al margen de la sucesión apostólica.

Muy pertinentes son los comentarios de Riquer sobre el significado de la palabra “grial”, que designaba un recipiente u objeto de vajilla de uso común en la vida cotidiana del siglo XII, si bien no especifica que era una denominación usada en Aragón, Navarra, Cataluña y cierta zona del sur de Francia, es decir, en la región pirenaica. O su recuento de referencias antiguas al Arturo cazador de jabalíes y dragones, caudillo de guerra bretón -quizá, de origen romano- que derrotó reiteradamente a los sajones en el siglo VI, ese fondo legendario aún vivo en la Edad Media, aunque de origen más antiguo, su recuerdo de leyendas bretonas y galesas teñidas de cierto sebastianismo, patente en el benedictino que, en 1125, subraya que “por ninguna parte se ve la tumba de éste, y por esta razón viejas fábulas cuentan que volverá”. Está claro, sí, que, en una época en que no existía la ficción literaria o novela propiamente dicha, Geoffrey de Monmouth no pudo sacarse de la manga a Merlín, Uther Pendragon, la espada Excalibur, la marcha de Arturo herido a Avalon… por él introducidos en 1135 en su Historia de los Reyes de Britania, como tampoco la Tabla Redonda que hace su entrada en la historia en una versión de 1155.

Martín de Riquer nos brinda aquí una bella, rítmica, sonora traducción al castellano basada en la transcripción en francés antiguo debida al profesor William Roach. Y hay, en fin, que seguir atentos a todo cuanto -antiguo o nuevo- sobre el Grial se publique, menester es comprarlo y leerlo todo, pues no nos queda otra que seguir en ello hasta que Perceval -o Lancelot, que en la Demanda también falla estrepitosamente- formule por fin las dos preguntas de rigor: qué es el Grial y a quién sirve. En tanto eso no acaezca, seguiremos donde estamos, mandoble va y viene, de torneo en torneo sin llegar a nada en claro ni en el amor ni en la guerra. Seguiremos en: “Era el tiempo en que los árboles florecen, la hierba, el bosque y los prados verdean … cuando el hijo de la Dama Viuda se levantó en la Yerma Floresta Solitaria”… Con todo cuanto por artúrico, en fin, nos retrotrae a los momentos de cálido arrobo vividos en la infancia.