LAS PUERTAS DEL OCULTISMO
18 de junio de 2024Lecturas totales 986 , Lecturas hoy 2
JOAQUÍN ALBAICÍN
Nacido en los días en que el pintor prerrafaelita Dante Gabriel Rossetti procedía a exhumar el cuerpo de su bella esposa, inspirando así a Bram Stoker -o eso se especula- la génesis literaria de Drácula, Stanislas de Guaita (1861-1897), marqués y fallecido también joven, pasó, mientras su coetáneo Valle Inclán hacía de las suyas por México, bastantes de sus treinta y pocos años de vida ardiendo por escrito al compás del recuerdo de sus viajes astrales y de sus encontronazos en el curso de los mismos con gnomos y almas en pena. Luego, procedía con emotivo verbo a componer una clasificación de dichos entes a fin de, para beneficio de sus lectores y seguidores de la Orden Cabalística de la Rosa-Cruz, combatir sus muchas artimañas.
En un tiempo prolífico en literatos versificando y novelando con desgarro y a destajo sus amores prohibidos o no correspondidos, quizá fue Stanislas de Guaita ante todo eso, el gran cantor y el magno escriba del feroz combate contra las potencias demoníacas del intermundo, la incansable voz de alerta contra los engaños y encantos tendidos por el abismo a los amigos de la magia y los conjuros. Queda claro en sus escritos sobre ocultismo, materia a la que con ahínco fundacional y pasión innegable consagró su vida, que -hijo de su época- nunca había dejado del todo de ser un poeta simbolista. De hecho, el hervor de su pluma le salva, en gran medida, de la quema en la hoguera común a la que procede arrojar a tanto alucinado como frecuentó.
Acentos valleinclanescos, sí, resplandeciente su hoguera, se alejó Stanislas de Guaita estratégicamente de Erató para, cual cruzado de la causa, jugarse el pellejo psíquico y físico en visitas a fantasmagóricos mundos sólo accesibles mediante invocaciones audaces y goecias de peligrosa factura. Después, desfallecido, tomaba asiento sobre el escritorio para contarlo. Y es que, como confirmaba el otro día Keith Richards: “Oh, sí. Está muy oscuro ahí abajo”.
Entre las nieblas y tinieblas de aquella atmósfera, la de los ocultistas de la segunda mitad del XIX y principios del XX, una luenga cadena de zotes -seducidos por los cantos de sirena de los reinos demoníacos y entregados a peligrosos experimentos psíquicos- pasaba con fervor al papel interminables chácharas pontificando sobre hinduismo o budismo sin tener ni zorra o “revelando” a los profanos, con condescendencia y pompa, rituales mágicos de cinco mil años de antigüedad, cuando no atlantes. Avivaba aquel fuego un potaje de cientifismo, espiritismo, brujería, tratados de alquimia y Cábala y, sobre todo, esa reconstrucción fantasiosa y a menudo delirante -hollywoodense antes de Hollywood- de rituales propios de civilizaciones desaparecidas… A aquel ambiente, decíamos, de gentes abducidas por el coqueteo con el Mal con mayúsculas, oscilantes por lo general entre lo tenebroso, la excentricidad y el sablazo a la dama adinerada, pues había entre los “iniciados” mucho caballero de la Orden del Sable, viene dedicado el nuevo número de La Puerta, revista decana en España de las publicaciones inspiradas por el hermetismo y sus aledaños.
Raro es que no se haya prestado en este tan pertinente mosaico atención a Gurdjieff y Aleister Crowley, genios de las finanzas -al menos, durante una larga temporada- de notable éxito en tan peculiar mundo. Se echa de menos también a la Hermetic Brotherhood of Luxor, quizá el más interesante de aquellos conventículos. El número, no obstante, no tiene desperdicio, empezando por los textos en él incluidos del mismo Guaita o de su amigo el diletante Joséphin Péladan, fundador de la Orden Rosa-Cruz Católica, el de Paracelso sobre la espera de las almas en la antesala del Paraíso hasta que un vivo no salde su deuda con ellas, esos apuntes sobre el sentido de las hojas de higuera con que Adán y Eva se cubren al apreciar que “están desnudos”…
Rudolphe d´Oultremont escribe acerca de los sueños como canal de comunicación con el Cielo y debo, en este asunto, discrepar del Poimandres en cuanto al hombre como único receptor de sueños divinos, pues doy fe de haber sido testigo, en animales durmientes, de síntomas propios de quien se encuentra soñando. Leemos también la Némesis de la caballería solar de P. Hidalgo Serra, una lúcida memoria de la historia de la seducción y “caza” de Merlín por Viviana hilada con puntadas de los Evangelios, el Quijote, el Corán, San Juan de la Cruz o Robert de Boron. Y a Raimon Arola, Sergi d´Hooghvorst, Odile Dapsens, Sebastiá Rubí…
Y a Pere Sánchez Ferré, que deja constancia del paso por aquellos predios de René Guénon y nos ilustra sobre, entre otros, los sacerdotes católicos que, como Eliphas Lévi, que fue diácono, reivindicaron la conveniencia de que la Iglesia recurriese al ocultismo para revivificar sus esencias y los españoles que se embarcaron en aquella nao con la sentina poblada de ratas, como el Roso de Luna buscador de tesoros de duendes, el Francisco de Montoliú y Togores fundador en 1893 de la revista Sophia o el Papus nacido de madre gallega -y dicen algunos que gitana- que anduvo por la Corte del último Zar… Sobre lo que, en fin, en Gárgoris y Habidis bautizó Fernando Sánchez Dragó como el “ocultismo con olor a berza y partida de parchís”. También sobre la Duquesa de Pomar, que -millonaria y con sede en París- se movía a otro nivel, el Saint-Yves d´Alveydre del Arqueómetro o los círculos de médiums en los que realmente nació -no se dice, pero se nota- el mejunje psicopático hoy conocido como feminismo.
Gorgoteó en aquellas fratrías demasiada elucubración lindante con lo necrófilo y, a falta de guías competentes, mucho experimento con los aspectos más oscuros y confusos de la realidad sutil que no podían más que convertir la barahúnda brujeril en un antiguo Egipto carnavalesco abocado al desastre desde el principio y, por tanto, no siempre tan divertido. Y es que, en efecto, no conocemos testimonios de logros de hondo calado por parte de quienes protagonizaron y nutrieron aquellos aquelarres de guardarropía, y sí muchos casos de suicidio, insania y vidas con el rumbo perdido. ¿Por qué? Pues porque entre aquellas entradas al mundo invisible sobre las que La Puerta nos viene a aleccionar proliferaron las puertas de atrezzo, las puertas trampa y los cepos.
Como casi todas ellas, cambiada sólo la capa de pintura, siguen -mayormente, vía internet- abiertas y activas, hace la revista de los seguidores de Louis Cattiaux muy bien en refrescar nuestra memoria trayendo hasta el presente a sus porteros y cerrajeros decimonónicos. Es mejor que sigan así, desengrasadas.