AROMAS IMPERIALES
2 de junio de 2024Lecturas totales 1,502 , Lecturas hoy 2
JOAQUÍN ALBAICÍN
“A todas las fases de la vida se adhiere el aroma del tiempo”, leemos. “Una gota de perfume”, sigue la reflexión, “es tiempo atrapado en olor, y el frasco es el recipiente que contiene el aroma de la época”… Suponen estas palabras un excelente comienzo para un libro, aunque no te salgan al encuentro hasta haber llegado a las páginas cuarenta y cinco y cuarenta y seis de este –El aroma de los imperios– publicado por Acantilado a Karl Schlögel. Pero las que las preceden, dan igual. ¡Buen arranque!
El volumen -amapola y azabache el terno, como todos los del sello- nos sirve la narración en tono de reportaje de dos perfumes de renombre, coetáneos y, para nuestra sorpresa, prácticamente elaborados con la misma composición: Chanel n.º 5, que supuso “un cambio de paradigma en el mundo de los aromas”, pues “captó con exactitud el espíritu de la década dorada de 1920”, y Moscú Rojo, la más famosa de las aguas de colonia soviéticas. Y es que descubrimos aquí los profanos que ambos fueron sacados de pila a partir de una prueba de un perfume más antiguo, creado en Rusia en 1913 y por la casa Rallet como homenaje a Catalina II. La evocación de estas dos fragancias y su génesis trae aparejado el recuerdo emocionado de nombres de peso en la perfumería rusa, sobre todo los de Ernest Beaux y Auguste Michel, dos de sus máximos exponentes ligados, además, a aquel aroma fundacional.
Creador el primero para Rallet del perfume catalinesco, mostró varias pruebas de la fórmula en 1920, exiliado ya en París, a Coco Chanel. Y en aquel momento -¡voilá!-nació Chanel n.º 5. En cuanto a Michel, había trabajado como especialista para Rallet antes de, conocedor ya de la fórmula, pasarse a la rival Brokar. Tras la revolución, forzado por las circunstancias a quedarse en Rusia, siguió en la empresa, convertida ya en parte de un consorcio estatal, usando aquella composición para, a partir de ella, producir y comercializar Moscú Rojo.
A fin de poder obtener un perfume de calidad los soviéticos necesitaron, pues, recurrir a la sabiduría y pericia de un cochino contrarrevolucionario de la época zarista. ¿Qué otra cosa podían hacer? Como resalta Schlögel, la revolución había traído consigo una “pérdida de olores familiares” -a buenos cigarros, a pan recién horneado, a muebles de calidad, al tocador de la abuela- y “un mundo olfativo distinto”, lacrado con el lastre odorífico del sudor de los vagones, de los cadáveres -pues, en el nuevo mundo, “hacer limpieza” significaba “asesinar”- y de la obligada convivencia en apartamentos comunitarios con extraños complacidos con su ignorancia de las bondades del jabón y que vigilaban con recelo a los que se perfumaban y lavaban, por si había que denunciarles. Como en sus filas no formaba gente del corte del para entonces expatriado Konstantin M. Verigin, para quien elaborar un perfume era como componer una pieza musical, el triunfo de los revolucionarios implicó la democratización por decreto de la mugre. La incorporación de firmas como Rallet o Brokar a un conglomerado llamado Trust Estatal de la Industria Procesadora de Grasa y Huesos expresa con claridad cómo entendían el glamour los bolcheviques.
En la línea reivindicada hoy con las axilas sin lavar ni depilar por el feminazismo, oler bien, ser amable o asearse con frecuencia podía pagarse con la vida, pues tales prácticas eran consideradas rasgos propios de un enemigo del pueblo. Los bolcheviques, salvo quienes de entre ellos procedían de estratos aristocráticos o burgueses, no entendían, en fin, de fragancias. Resulta, pues, comprensible que para su producción necesitaran la aportación de la odiada “gente de antaño”. Menos mal que en 1924, gracias al reaccionario Auguste Michel, llegó al fin a los economatos Moscú Rojo y en las oficinas y fábricas la mezcla del sudor proletario con perfume parisino dulcificó la atmósfera con el más llevadero tufillo de la sobaquina. Luego, tal vez por no juzgar a la altura su nuevo perfume, Palacio de los Soviets, que debía “encapsular el aroma de la Era Stalin”, el gobierno soviético agradecería a Michel sus servicios enviándolo a finales de los años 30 a recibir el tiro en la nuca en el gulag, o en tales circunstancias presume Schlögel que, por así decirlo, se esfumó. No lo duden. Así fue. En el nuevo mundo de olores, el suyo era, como bien apunta Schlögel, un perfil “predestinado a desaparecer”. El periodista Mijail Loskutov, que se atrevió a entrevistarle y quizá tampoco olía como se debía oler, fue fusilado por terrorista al servicio del imperialismo.
Aparte de Coco Chanel, la otra gran protagonista del libro es Polina Z. Molotova, mandamás de la industria de fabricación y distribución de perfumes de la URSS y casada con el famoso Comisario de Exteriores, quien no dijo ni mú y se divorció de ella cuando Stalin ordenó a los jueces el envío de su mujer al exilio por espía sionista. En cuanto a ella, no sólo tampoco se quejó, sino que incluso se desmayó del disgusto cuando un tiempo después supo de la muerte de Stalin. Como había sido la primera en aplaudir las miles de sentencias de muerte a inocentes firmadas por su marido, se sintió feliz de poder contribuir a la construcción del socialismo engrosando como una más la masa de represaliados por su amado Stalin. No encontró ni mucho menos nada erróneo en el hecho de que sus hermanos, detenidos al tiempo que ella, no sobrevivieran a las torturas de los órganos de seguridad del Partido. Fue la camarada Polina un perfecto ejemplo de mostrenco con orejeras, típico de aquella época de utopías cuyo aroma de conjunto dejaba tanto que desear.
Diaghilev, el Gran Duque Dimitri Pavlovitch y su hermana María Pavlovna, el ilusorio fogonazo de esperanza que supusieron los pocos años que duró la Nueva Política Económica, la Olga Chejova diva del cine alemán, Christian Dior, los balnearios de Cannes y de Deauville, el Nord Express que. antes de la Gran Guerra y con paradas en la Costa Azul, propiciaba las idas y vueltas de París a San Petersburgo y viceversa de lo mejorcito -proveedores de mantequilla, divas de la ópera, seductores de alcurnia…- de dos ciudades fascinantes…. ¡Mucha gente y situaciones interesantes desfilan, debe decirse, por El aroma de los imperios!
Mas creemos que se le ha pasado a Schlögel una interesante anécdota. La de cómo en 1935 la Princesa de Rohan, prestigiosa modista parisina, fue abordada por Molotova durante una visita a Rusia para supervisar el vestuario de la obra Ángel, estrenada en el Teatro del Estado de Moscú, con la propuesta de que aceptara el cargo de Consejera del Vestido y, así, convertirse en funcionaria soviética. La Princesa, que prometió pensarlo, quiso precisar a la prensa que en ningún momento nadie, durante su estancia en la URSS, se dirigió a ella más que por su título nobiliario. Nada de “camarada Rohan”, ni nada por el estilo.
Y es que, siempre que sea posible, no hay que dar pábulo a molestos equívocos. Es el mejor modo de evitar posteriores y previsibles olores a chamusquina.