MICK HERRON Y LAS POSADERAS DEL ESPIONAJE
21 de noviembre de 2023Lecturas totales 1,148 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Tiende a señalarse a Mick Herron como el John Le Carre de este tiempo, título nobiliario de cuya pertinencia tendemos a discrepar por cuanto las novelas sobre su equipo de caballos lentos discurren plagadas de tiroteos y persecuciones en coche por las calles londinenses más aptas para los reflejos, puntería y gemelos de Liam Neeson que para los del siempre reumático y depresivo George Smiley. No nos encaja ahí Smiley, dicho sea sin menoscabo de la complejidad que enhebra las tramas de Herron, que, como las de David Cornwell, reflejan muy bien tanto la inanidad y falta de escrúpulos de la clase política como el constante recurso de esta a los simulacros terroristas.
Y es que desde siempre la novela de espías ha relatado con mimbres de ficción lo que en verdad sucede en los despachos y la calle, nutriéndose de una realidad social y bélica cuyo combustible principal es en el fondo la irrealidad. Pues, ¿acaso no es rara la guerra a que en las últimas décadas se ha visto abocado Occidente que no haya estallado a consecuencia de un ataque de falsa bandera, es decir, de una agresión contra los “buenos” perpetrada por los propios “buenos” equipados con bigotes postizos y turbantes de guardarropía? Toda novela de espías se erige siempre, no nos engañemos, en elocuente evidencia de que esa mediocridad que -en reciente entrevista con Germán Pose- dice percibir Luis María Anson en el escalafón político hispano no es exclusiva de aquí.
Encabezadas por el recurso al atrezzo chapucero, esas y no otras son las que podríamos llamar Las reglas de Londres, precisamente como se titula la nueva novela de la saga de Herron servida por Salamandra y que -inevitable preguntarse si sólo por casualidad, pues salió a la calle en septiembre, sólo un mes antes de la incursión de Hamas en territorio israelí- comienza con un despiadado ataque a civiles en una pequeña localidad británica al que, de propina, sucede un no menos sangriento atentado con bomba contra un estanque lleno de pingüinos.
A estas alturas del serial hay un nuevo director del MI5 a quien visualizo en el pellejo de Kevin Spacey y han caído ya en combate varios caballos lentos, por lo que no parece aconsejable engancharse a ninguno de los personajes integrantes del equipo de Jackson Lamb, ese jefe de agentes borde, maleducado, de desagradables formas y hábitos, sobre cuya mesa de despacho se acumulan colillas, calcetines usados, restos de comida rápida y demás fetiches por el estilo, pero a quien saben sus subordinados y adversarios que no conviene subestimar. El personaje a mí me incomoda y descoloca un poco, porque la música de fondo de las historias de espionaje sigue en mi ánimo asociada a las bandas sonoras de los 60, esas orquestas que lo bordaban en títulos como Conspiración en Berlín o Enviado Especial K, o como La semilla del tamarindo o Cortina rasgada, sobre todo cuando, al final, una mujer dúplice y bella -Senta Berger o Camilla Sparv- observa partir con ojos melancólicos al hombre de quien, pese a las exigencias del deber, se ha enamorado. En concreto, antes de leer -o ver- una de espías es raro que, para entrar en situación, no escuche Mi amor tiene dos caras en la voz de Shirley Bassey. Poco que ver, pues, con la penumbra de mugre y halitosis desde la que mueve Lamb sus peones sobre el tablero de la guerra oculta.
Las de Herron son historias de agentes secretos sui generis, ambientadas de perillas en ese clima grotesco y de mal gusto torpemente maquillado a golpe de tuit que preside las operaciones clandestinas de la geopolítica actual y en las que, merced al aguzado sentido del humor del escritor, el interrogatorio de un terrorista o sospechoso de serlo transcurre en el tono en que podrían hacerlo una timba o un cruce de chascarrillos en un afterhours entre gente pasada de rosca.
Y es que no arde, en el fondo de la trastienda, mucha más cera que esa. No en vano la primera regla -no escrita- de Londres es cubrirte las espaldas, aquí aludidas por Lamb con la mención de otra zona más hacia el sur de la anatomía. Porque la política es -y en ese sentido emplean sus mantenidos, mentirosos y cobardes por norma, la herramienta del espionaje- un asunto fundamentalmente de posaderas. Siéntense, pues, y lean… pero manténgase lejos de sus practicantes.