LA “STASI” Y UN CARTEL DE LUJO
21 de noviembre de 2023Lecturas totales 1,063 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Un día cayó en mis manos una novela de espías de Alejandro Gándara cuya atmósfera como esterilizada encontré familiar por lo que me recordó a la de Nikita, serie que solía ver a las tantas de la madrugada, pero también porque la acción transcurre en escenarios madrileños tan ligados a mi cotidianeidad como la Plaza de Alonso Martínez o las calles de Génova o Sagasta que, en rigor, no caen nada lejos de los platós donde se corta el bacalao en el tablero real del espionaje. Mismamente, en la calle de Miguel Ángel y en el mismo edificio donde vivió Julio Aparicio hubo hace años –o eso dijo la prensa en su día- un piso seguro de los servicios secretos de Alemania Oriental. Así que quizá haya que atribuir a una célula incontrolada de antiguos agentes del Este aquel extraño montaje de tiempo atrás, el de la sustracción a Aparicio padre, previamente atado a una silla, de veintiún jamones de pata negra en su finca plasentina. ¿El largo brazo de la Stasi? ¡A saber!
Más o menos a la vez que el de Gándara me zampé un libro de relatos de Juan Eduardo Zúñiga sobre el Madrid de la guerra civil –con uno muy bueno: Puertas abiertas, puertas cerradas– que también transcurre por la misma zona: el Conde Duque, Amaniel, Alberto Aguilera… Así que empecé a caminar por la calle sin tenerlas todas conmigo acerca de si no iría a ser secuestrado en un descuido por un operativo de la Stasi o una patrulla de milicianos. Me tranquilizaba un punto ser amigo de Aparicio hijo y saberme carente de provisión de jamones, tan cotizados en el Madrid sitiado y por los que bien pudiera cualquier brigadista internacional cometer una locura.
No se sabe qué sería capaz la gente de llegar a hacer por un jamón. A lo mejor fue por eso, por un jamón, por lo que Tennessee Williams apareció fiambre en una habitación de hotel y con un tapón en la boca, o quizá fue porque a alguien le disgustó alguno de sus libros. ¡Igual! Vete a saber quién se dio por aludido o se sintió retratado en tal o cual de los relatos con tintes pornográficos que integran su Ocho mujeres poseídas, nacidos de una pluma a todas luces ya muy pasada de rosca y publicados por Alba Editorial, un poco la embajada de la Inglaterra victoriana en el siglo XXI español. Digo yo que, si ya se publicaron en su día en Estados Unidos, debió ser por lo mismo que aquí, mandando Franco, proyectaban los cines películas soviéticas o escribía en Arriba toda la plana mayor del futuro antifranquismo: porque no pasaba nada.
A quien sí terminó sucediendo algo fue a Williams, autor de esas historias sobre señoras retorcidas por la ninfomanía y el final de cuya vida anticipó el de Kung-Fu, quien, por lo visto, disfrutaba encerrándose en los armarios de los hoteles con la cabeza metida en una bolsa de plástico, o algo así… No recuerdo bien ahora los detalles del incidente de Thailandia, tan brumosos como los del episodio de Aparicio padre, a quien un comando antaño a las órdenes de Markus Wolf parece haber expropiado los jamones con el fin de, luego, borrar el rastro echando la culpa a Aparicio hijo.
Hace unos años propuse desde la letra impresa a los empresarios, lógicamente sin ninguno darse por aludido, un cartel de tronío: toros de Alcurrucén para El Pana, Aparicio y Manuel Amador, tres de los pocos toreros de arte innato que nos iban quedando. Como Amador y Aparicio se ha quitado ya y El Pana duerme el sueño de los Justos, ahora lo remataría con Oliva Soto, Rubén Sanz –a quien no sabemos cuándo dejarán confirmar en Las Ventas- y un Uceda Leal de tono torero siempre superior. Sería más o menos una versión taurómaca de Últimas noticias de nuestro mundo, que así se titula la novela de Gándara con Anagrama. Terminales ecos, rescoldos postreros, en efecto, de un modo de sentir y ejercer el toreo para los que no parece quedar razón de estar –sí, de ser– en los actuales planteamientos taurinos. Del toreo como posesión, no al entender de Tennessee Williams, sino al de Toro Sentado o Caballo Loco: concebido como arrebatada entrega en brazos del alma.
Como se debe tener los pies en el suelo, yo me movería en un presupuesto –hablando en pesetas- de ocho millones por componente de la terna, como ocho eran las mujeres poseídas de Williams, o, si hay que redondear, de veintiuno para los tres, como veintiuno eran los jamones plasentinos que nunca existieron. Y cerraría la temporada de la terna también en veintiuna tardes, número bueno para toreros de arte.
Introduzco estas reflexiones en una botella y las arrojo al mar, a ver qué pasa…