HUXLEY EN MI PORCHE
30 de mayo de 2023Lecturas totales 2,021 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Entierran a Fernando Sánchez Dragó y, al poco, son exhumados los primeros rostros humanos conocidos tallados por los artesanos de Tartessos, el reino de Gárgoris y Habidis. Sacan de su sepultura a José Antonio y, sólo días después, otro José Antonio corta un rabo en Sevilla. Entre medias de los cuatro eventos, Hakuto-R, sonda espacial lanzada por una compañía nipona, trata de posarse sobre la superficie lunar y ello me pilla en el porche de casa no, como otras veces, pelando langostinos mientras escucho a Yves Montand, sino leyendo las reflexiones de Aldous Huxley sobre, precisamente, la Luna como piedra numinosa. Qué vida más sofisticada llevo, por Dios, qué bien encajada en el curso de los ritmos naturales, interestelares y musicales.
En Música en la noche, esta colección de ensayos breves publicada por Kairós, habla Huxley de más cosas y que suenan aún más de actualidad que cuando los escribió en la década de 1930, tiempo en que todavía nadie fletaba sondas ni naves rumbo a nuestro satélite. Ahí están, por ejemplo, las líneas por él dedicadas al esnobismo de la ignorancia, evolucionado hogaño hasta el elogio permanente -e institucional- a la zafiedad. ¿Qué instancias propulsaban y daban entonces alas a aquel atrevimiento? Pues los industriales, la banca… Y es que, como razonaba Huxley, el individuo con inquietudes intelectuales o artísticas no es un buen consumidor. ¿Cómo va a serlo quien se siente feliz y realizado en soledad, en una habitación con la compañía de, a lo sumo, un libro? ¡A esos, a esos -apuntaban las citadas instancias- es a quienes hay que machacar la vida a conciencia!
Hoy hemos llegado al punto de fusión en que, lo que en aquellos años 30 suyos, cuando en su país de adopción fueron rodadas películas tan maravillosas como Sucedió una noche y Tovarich, era sólo una tendencia en pugna con otras se ha convertido ya en el eje de la civilización occidental, donde rige la prescripción de que sólo debe triunfar -e incluso vivir dignamente desde el punto de vista material- el carente de talento y buen gusto. Se comprende bien el apoyo entusiasta brindado por la banca y la industria a la expansión y uso obligado de internet, así como la ausencia masiva de protestas al respecto por los hijos de una educación pública recosida a base de de paupérrimos -cuando no soeces- contenidos. ¡Perdónalos, Señor, porque no saben lo que hacen, lo que dicen ni lo que piensan!
En este marco, Yuval Noah Harari se pregunta hoy qué ocurrirá cuando la IA “se apodere de la cultura y empiece a producir relatos, melodías, leyes y religiones”. Se le siente muy preocupado, sí… Más lo cierto es que esto ya se ha consumado en gran medida, por cuanto desde hace tiempo la gente de talento viene siendo sistemáticamente excluida del ámbito público y los términos en que haya de entenderse eso que en sentido amplio llamamos cultura son dictados de modo hegemónico por mediocres y psicópatas, es decir, por una clase de inteligencia sólo simulada y, por tanto, artificial de algún modo. Ya René Guénon subrayó cómo el mundo tan artificial en que vivimos sólo puede entenderse si se asume que ha sido producido y es sostenido… por una mentalidad asimismo artificial.
Huxley se refiere en uno de estos ensayos al genetista Sir Ronald Aylmer Fisher, a quien no conozco ni de oídas y no sé, pues, si será políticamente correcto citar, pero que apreció con toda claridad cómo “una sociedad que mide el éxito en términos puramente económicos ha de eliminar de un modo fatal e ineludible toda capacidad que esté por encima de lo normal”. Anticipaba este triunfo masivo, arrollador e insolente de lo que en los dichos años 30 y con excesiva moderación y elegancia Huxley llamaba el esnobismo de la ignorancia, reciclado ya hoy en un esnobismo de la patología mental.
Harari ironiza al final de su artículo. ¿Lo ha escrito él, nos pregunta, o lo habrá escrito una IA? Muy bueno, muy bueno… Pues probablemente ni el uno ni la otra. Probablemente lo haya redactado un equipo de asesores o colaboradores, dejándolo listo para que él/ella/elle lo rubrique con su firma, lo que viene a ser más o menos lo mismo. Al menos, lo que firmaba Huxley… lo escribía Huxley. Y lo que firmo yo, lo he escrito yo. Y en ambos casos se nota, creo.
Y aquí lo dejo de momento, hasta que otro ingenio espacial me salude mientras leo algún otro de los libros de Huxley publicados por Kairós -que lo haré, si Dios quiere- y suenen en mi equipo de música, por ejemplo, Sheila Chandra o Susheela Raman. Pienso, además, que las dos habrían sido del gusto de Aldous…