ESPERANDO A 2030
10 de abril de 2023Lecturas totales 1,582 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Creo que fue René Guénon quien en Occidente y, en concreto, desde la Francia recién salida del siglo XIX, primero compendió y comentó con rigor y claridad la formulación hindú de la doctrina de los ciclos cósmicos, siendo aquella exposición suya tomada en 1937 como base especulativa por Gaston Georgel para componer una obra en la que procuraba explicar en base a dicha cosmovisión el ascenso, auge y declive de los pueblos y las civilizaciones y que, décadas después, sigue siendo de referencia. Ahora, con Los Ciclos Cósmicos en la Historia y la Geografía (Vía Directa Ediciones), toma el testigo Francisco Ariza, quien, al igual que Georgel y, en cierta medida, cuantos hemos leído a Guénon, tiene muy presente el año 2030 de este siglo -señalado en la Profecía del Rey del Mundo, supuestamente revelada en torno a 1890 en Mongolia, en el monasterio de Narabanchi- como probable fecha de clausura del Kali Yuga.
Pese a la advertencia de Guénon en el sentido de que la pretendida duración atribuida por distintas fuentes a las cuatro Edades de esta humanidad es simbólica, Ariza se esfuerza por afinar en lo posible lo expuesto por aquel, aportándonos muy plausibles -y, por tanto, estimables- fechas aproximadas, como la que dataría el Diluvio de Noé y el hundimiento de la Atlántida alrededor del 10.000 a. C., la salida de Adán del Edén más o menos en el 50.000 a. C. o la construcción de la Torre de Babel en, aproximadamente, el 4.500 a. C., coincidiendo con la entrada de la humanidad actual en la Era de Tauro… todo ello a partir del estudio del Gran Año caldeo (12.960 años) y de las cifras proporcionadas por la precesión de los equinoccios, cálculos de enorme significación por su simbolismo y en los que se han visto inmersos también, desde otras perspectivas, hermeneutas como Joseph Campbell.
La datación con exactitud de acontecimientos a decir de la mayoría legendarios, más aún si son futuros, sitúa a uno siempre y al momento en posición comprometida, pero Ariza asume impávido el riesgo adelantando la pierna contraria ante la embestida del toro del Dharma, jugándoselo todo -o puerta grande o enfermería- en un muletazo que no tiene por qué no ser genial.
Obviamente, no hay gran faena sin sus claroscuros y a mí me descolocan un poco las tentativas de hacer encajar en su cronología cíclica a esos legendarios “arios” supuestamente invasores del Indostán en el érase que se era y a quienes parece que hay que atribuir de oficio todo lo esencial de la civilización hindú, cuando para los estudiosos indios aquella “invasión” de “los arios” -al igual que la desaparición de Mohenjo Daro, no debida al ataque de agresores foráneos blancos y rubios, sino a la desecación del río Sarasvati- no sería más que una nada ingenua convención e invención de los orientalistas occidentales.
No deja, empero, detalles aparte, de ser este de Francisco Ariza un estudio tan ilustrativo como pertinente sobre el tiempo mítico pasado y futuro, no sólo por su empaque, sino también teniendo en cuenta la ya apuntada proximidad temporal de ese 2030 que aún no sabemos si será o no propicio a que leve anclas la nave nodriza de unos nuevos Noé, Deucalión o Vaivasvata, pero al que tantos lectores de Guénon esperamos poder saludar y ya se verá si también despedir -ilesos o transfigurados- uvas en mano y campanadas al canto.