DE MANUEL BENÍTEZ AL MIURA 1
4 de abril de 2023Lecturas totales 1,333 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Manuel Benítez El Cordobés -recuerda Fernando González Viñas en el ensayo que le acaba de dedicar- comenzó su carrera volando por los cielos hacia los que continuamente le catapultaban los novillos tanto en las plazas de talanqueras cómo en las de obra. Y el pueblo llano, los destripaterrones que ya presentían el adviento de Los Beatles, subraya, percibieron en él un ser celestial, un santo del pueblo, un redentor nacido entre ellos. Después se las rebuscó para seguir ahí, en los cielos y en ese estado de santidad por otros medios adquiriendo tras tan sólo una temporada de matador de toros una avioneta que aprendió a pilotar o, por fin, creando y patentando el salto de la rana, una suerte asimismo aérea y que González Viñas nos descubre que es en inglés –leapfrogging– tanto un método de resolución de una ecuación diferencial -“se utiliza en matemáticas para calcular dónde se encuentra en cada momento un cuerpo que describe una curva en su movimiento”– como la expresión que, en el mundo de los negocios, alude a una innovación radical y nada previsible, merced a la cual un país o una empresa pegan un salto hacia delante -y hacia arriba- que los coloca en cabeza y a una gran distancia de todos sus competidores.
¡Justo lo que El Cordobés hizo en el escalafón de su tiempo! ¡Y justo lo protagonizado por la economía española entre 1960 y 1970! ¿Mera coincidencia? ¡Imposible!
Vamos a aportar nosotros el símil -¿se nos permite?- de que Manuel Benítez fue, más que un torero propiamente dicho, una de esas Cosas que se ven el el cielo de las que Carl G. Jung echó mano para titular su libro sobre los ovnis, no en vano aparecido muy poco después de que El Cordobés surcara los aires para tirarse de espontáneo en Las Ventas y caer en brazos de los guardias y de El Pipo. Y es que debe recordarse -y González Viñas lo hace- aquel momento sin parangón en la Historia Universal en que Dalí acudió al hotel en que se alojaba en Barcelona Manuel Benítez y, encontrándolo en calzoncillos en su habitación, puso su dedo índice a la altura del corazón del ídolo taurino, en obvio remedo teofánico del fresco de Miguel Ángel en el que el Sumo Hacedor procede a la creación de Adán.
Muchos momentos como este, denotadores tanto del carisma del torero como de los trasfondos casi metafísicos de su ascensión a la bóveda celeste de la Fiesta y a la condición de icono de masas, son estudiados en este primer libro –El Cordobés y el milagro pop, digamos ya su título- publicado por la Editorial El Paseíllo.
El Cordobés sufragó la estatua en bronce de Séneca erguida en 1965 en la Ciudad de los Califas y Ángel Alcázar de Velasco escribió un año después al Pipo, por expreso encargo de éste, apoderado en unos tiempos en que los del gremio gastaban hechuras de tales, una biografía –Esencia de hacer toreros– que constituye elocuente prueba de cómo el arte de dorar la píldora puede llegar a rozar alturas de cierta categoría literaria. Inseparable Manuel Benítez de la llegada del hombre a la Luna, de Yellow Submarine y Viridiana, lo es también -razona González Viñas- de Avecrem, el papel higiénico El Elefante y las pipas Facundo (“Siento dejar este mundo sin probar pipas Facundo”), encarnando el vínculo secreto, soterráneo, esotérico diríase, entre los referentes universales y los locales. Por otra parte, de este tan profundo como desternillante libro me ha gustado mogollón el protagonismo reconocido a uno de mis escritores de cabecera desde jovencito, don Antonio Díaz-Cañabate. Creo que la lectura de su Historia de una tertulia fue una de las tres o cuatro razones que me animaron a escribir Gitanos en el ruedo. Sólo la sutileza de González Viñas podía percibir eso que en Cañabate había del Lex Luthor enemigo de Superman y dedicarle un capítulo en calidad de tal, de Lex Luthor español perseguidor y denunciante, estilográfica en mano y de plaza en plaza, de los desmanes del superhéroe y su salto batrácico. Quien, como él, se sintió ayer y para escribir una novela inspirado por Gagarin, no podía hoy desoír la llamada literaria del primer torero no, quizá, paseante por el espacio exterior, pero sí que sacó de su órbita de toda la vida al planeta de los toros encaramándose a su eje con un jamón de Jabugo entre los brazos.
¡Hay que leerlo, ahora que el MIURA 1, primer cohete aeroespacial español, calienta ya motores en un hangar de Huelva!