MÁS ALLÁ DEL TÍBET

MÁS ALLÁ DEL TÍBET

21 de marzo de 2023 0 Por Ángulo_muerto
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Joaquín Albaicín

  La dictadura de la razón discursiva invade el ecosistema mental con una tupida niebla que tórnala insensible a la verdadera inteligencia, la inteligencia espiritual emanada del Intelecto con mayúsculas cuya hierofanía en este mundo es ese rayo de luz que, como nos insiste Pema Chödrön, de cuando en cuando, si logramos detener por un instante nuestra actividad psíquica, aparece haciéndose un hueco entre las nubes para recordarnos quiénes somos y de dónde venimos.

  El libro de Pema Chödrön, abadesa del monasterio budista de Gampo Abbey en Canadá y que hace frecuente uso de este símil del rayo solar abriéndose paso a través de las turbulencias atmosféricas, nos llega de mano de su editor -Agustín Pániker, de Kairós– mientras, a la par que nos bombardea con artículos sobre la Inteligencia Artificial, da la prensa extremeña noticia escalonada de los trámites en curso para levantar en Cáceres, merced al mecenazgo de la Fundación Lumbini Garden nepalí, una de las estatuas de Buddha más altas del mundo.

  También nos llega el libro –Tal como vivimos, morimos es su título- coincidiendo con la partida al Trasmundo -inesperada, dolorosa y, por su edad, tendemos a decir que prematura- de un muy querido amigo.

  Este “libro sobre el miedo a la muerte“, insistente en que ésta es algo que sucede “a cada momento” en el marco de “un flujo continuo de muertes y nacimientos“, adviene, pues, con un algo balsámico entre sus páginas. Puede aducirse, sí, que Tal como vivimos, morimos es una obra sobre budismo sólo entendiendo tal término en un sentido muy convencional, pues abundan en sus capítulos expresiones como “incentivos”, “entrenamiento”… así como el recurso a metáforas deportivas o tecnológicas. También que la reflexión en torno a cuatro frases pronunciadas por Buddha, Jesús o Mahoma con las que cualquier ser humano dotado de mero sentido común va a estar de acuerdo a grandes rasgos y la construcción en torno a esa conformidad de un discurso no tanto salvífico desde el punto de vista espiritual como promisorio del “éxito” no basta para calificar el resultado como un tratado budista, cristiano o musulmán. Pero, aparte de que los antedichos maestros espirituales recurrieron en sus parábolas a imágenes y símiles característicos de su época y medio social, y no se ve por qué habría de obrar Pema Chödrön de otro modo, las líneas que ésta nos brinda son, al menos, un fiable remedio paliativo para las heridas y llagas psíquicas que atormentan al ciudadano del mundo globalizado.

  Cierto que libros como este tienen -por su tono- aparentemente más en común con los manuales de autoayuda o de consejos para triunfar como empresario que con los de enseñanza espiritual propiamente dicha. El que tenemos entre manos no deja, con todo, de hablar sobre estados y percepciones que la Inteligencia Artificial no puede más que simular o imitar, como en gran medida se limita simplemente a imitarlas la razón discursiva. Y, sin perder esto de vista, me parece positiva la difusión de esta suerte de analgésicos literarios mitigadores del dolor psíquico. Cada día me dicen menos esas frases tan ambiciosas y grandilocuentes recordatorias de que, si nos sentimos “conectados” con todos los demás seres vivos de este planeta, un momento de flaqueza sentimental nuestro o un venirse arriba de un saltamontes pueden decidir si el universo entero colapsa o se transmuta en la reedición del Jardín de las Hespérides, pero sí creo que todos necesitamos que se nos recuerde el valor de la sonrisa, del beso, de la piedad, del buen humor o de la mirada limpia que sí pueden, por sí mismos, embellecer o malograr un jardín.

  Indudablemente, no es ya el Tíbet de estas páginas el de nuestros abuelos, ese Tíbet para alcanzar el cual todavía Ian Baker atraviesa a machetazos las junglas de la mente, o el geopolíticamente convulso cuya sabiduría quiso traducirnos Marco Pallis. No es ya el Tíbet de Guénon y su Rey del Mundo, ni ese a cuyo servicio anheló poner el Barón Ungern su espada, ni el de Sarat Chandra Das y sus espías disfrazados de peregrinos. Es un Tíbet a la medida de la clase media americana y de lo poco que va quedando de la europea, mas en el que no deja de presentirse, a través de las transparencias que dan entrada a él, los insinuantes parpadeos de esa Clara Luz ante la que todos deberemos, en el momento decisivo, comparecer…