ALMA MÁQUINA

ALMA MÁQUINA

20 de febrero de 2023 2 Por Ángulo_muerto
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Frank G. Rubio

La invención de la mente moderna.

Supongamos que el mundo fuera un sueño o un cruel engaño de Dios, o una ilusión masiva creada por un demonio malvado…

Pocas imágenes más insanas, y no por ello menos afablemente asumida por la multitud del siglo XX y sus lacayos, los intelectuales progresistas, que la de la momia de Lenin recibiendo su baño periódico de admiradores gregarios. Allí donde lo seudo religioso y lo turístico se entreveran de modo grotesco atisbamos, a la luz de un metafórico relámpago, la vana y repulsiva esencia del comunismo ruso. Pero hay una imagen aun más potente y más antigua, menos frecuentada y aceptable, que nos puede servir para velozmente introducirnos a la temática de este libro sobre los orígenes de la mente, y es la de la momia sedente y bicéfala de Jeremy Bentham (1748-1832). Patrón indiscutido, aun hoy, de las ideas “progresistas” en su vertiente utilitarista; todo ese asunto de que lo verdadero y lo falso en el campo de la moral está directamente correlacionado con el mayor o menor número de miembros del rebaño humano en condición de experimentar en sí, eso que llamamos felicidad. Hoy esta declamación risible se predica en formatos cada vez más intrusivos urbi et orbi. La ultima vicisitud retorica de esta deriva: no tendrás nada y serás feliz. Proclamada, claro está, por selectos representantes de la plutocracia.

En el año 2018 el cuerpo momificado de Bentham viajó a Nueva York, desde su hábitat natural la Universidad de Londres, para mejor ser exhibido ante un público pre COVID. La imagen sedente de la momia del filosofo, con su sombrero y bastón, habría sido menos inquietante y significativa de no estar situada a sus pies, entre sus piernas y sobre un plato, su cabeza autentica. La inmediatamente visible, la colocada sobre sus hombros, resulta ser una cabeza de cera. La otra, la de carne y hueso, anduvo perdida durante bastante tiempo rodando, quien sabe por qué estancias y lugares de la ciudad de la niebla. Dejo al lector el trabajo, más bien el placer, de interpretar esta imagen a su gusto. Mejor hacerlo tras leer el libro o esta reseña.

George Makari es un respetado historiador de la Psiquiatría y psicoanalista que dirige en Nueva York el Instituto DeWitt Wallace consagrado a la historia de esta disciplina.

Alma máquina es una obra monumental donde se combina en partes iguales erudición y un quehacer literario que sólo cabe calificar como excelente, poco común en ensayos de Historia de la Filosofía, y en el que la traducción ha jugado un papel destacado. Esto es lo primero que nos viene a la mente tras la lectura de este texto trepidante que hace revivir en nosotros, con intensidad cinematográfica, peripecias del devenir del pensamiento europeo moderno insertas con gran pericia en sus tramas históricas; vicisitudes varias relacionadas con el tránsito del alma inmortal a la mente sensoria que ha dado luz, en gran medida, al mundo que conocemos. ¿Será el hombre un animal de doble alma?

El despliegue de ideas que el autor sigue durante casi trescientos años, hasta mediados del siglo XIX, hará transitar las creencias y prácticas de la civilización occidental desde el concepto de alma inmortal, heredado de la civilización clásica y reformulado de modo minucioso por el cristianismo (la síntesis escolástica fundamentalmente), hasta las ideas médicas que han posibilitado los actuales desarrollos de la neurociencia; disciplina que, a mi modesto juicio, convierte al ser humano en poco más que un autómata permitiendo con ello imaginar un grotesco proceso de fusión con los ordenadores en las próximas décadas. Entre el alma inmortal y Robocop (1987) ha ocurrido la mente aunque también, en sus preliminares, el asesinato del alma del mundo (Ion P. Culianu). Y es la historia de este objeto de deseo, y lo que ha llevado aparejada su presencia en la Comedia Universal, la que relata magistralmente este libro.

En el principio de todo: la redefinición de la naturaleza y el alma a partir de una reescritura racional. Las matemáticas como panacea para producir una visión unificada del mundo tienen su punto de origen en las inmediaciones del siglo XVII, la “era de los padrinos”. El entorno es francés, católico y fuertemente influenciado por los jesuitas. Destaca en todo ello el padre Marin Mersenne (1588-1648) Esta redefinición que en una primera fase implicó la reducción del alma tomista a conciencia inmaterial, despedazando con ello la Gran Cadena del Ser que había caracterizado la cosmovisión de la Cristiandad medieval, fue operada decisivamente bajo la influencia de René Descartes (1596-1650) Con él aparece una variante de dualismo entre la carne y el espíritu, donde comienza a hacerse patente una problemática inédita hasta entonces: ¿en que medida la materia puede pensar? Se allanaba el camino para mejor convocar un alma material y pensante. El viento mientras aventaba las cenizas de Giordano Bruno (1548-1600)…Moría la magia y emergía la ciencia…¡Ay!¡Egipto, Egipto!

La Reforma abrió el paso a la libertad de conciencia y con ello la disconformidad y la revelación individual harían tambalearse los cimientos, no sólo políticos, de las sociedades europeas. La naturaleza, la ética cristiana y la política monárquica fueron puestas abiertamente en cuestión. El siglo XVII fue una época de grandes desordenes. Los más entusiastas de los disidentes, junto con sus opositores, promovían con sus acciones inspiradas el regicidio, la guerra y consecuentemente auténticos baños de sangre… De aquí surgió en gran medida el pensamiento de Thomas Hobbes (1588-1679) que trató de hallar un remedio pacificador desde formulaciones filosóficas peculiares. Artificialismo mecanicista que aún preside nuestros trabajos y días.

El ascenso de la heterodoxia cristiana iba en paralelo al desarrollo del materialismo científico. Es en los países protestantes donde surgió el “sacerdocio medico”. El libro narra con detenimiento como se desarrolló el pensamiento filosófico en una Inglaterra preñada de conflictos y catástrofes, recordemos la peste y el incendio de Londres ocurridos en el ultimo tercio del siglo. En Francia se fundó en 1666 la Academia de Ciencias de París y en 1685 se revocaría el Edicto de Nantes, dando comienzo de nuevo al conflicto con los hugonotes. Gran parte de los pensadores más influyentes de la época estaban adscritos a esta confesión, pensemos en la escuela medica de Montpellier donde se hicieron hallazgos decisivos. En Inglaterra duró poco la etapa republicana impuesta al país por Oliver Cromwell (1599-1658), en 1660 había retornado la Monarquía. Justo en esta fecha se fundó la Royal Society cuyos miembros pretendían hacer descansar el conocimiento en la lógica inductiva y la experimentación (demostraciones oculares compartidas); se ponía en marcha la Ciencia Moderna en su más estricto sentido.

El libro de Makari hace mucho hincapié en el desarrollo de la Medicina, que abandona paulatinamente el modelo galénico, y en los primeros pasos de pioneros que abordaron el estudio del cerebro; Filosofía y Medicina fueron de la mano, no sólo en Inglaterra sino también en Francia. Especialmente interesante es la narración sobre la génesis de los Ilustrados franceses y las influencias en estos de los desarrollos médicos y filosóficos insulares. Nicolás Steno (1638-1686) y Melquisedec Thevenot (1620-1692) afirmaban que el cerebro es el órgano que da principio a nuestra alma.

La cuestión de un alma inmaterial formaba parte de los debates en esta fase anterior a la Revolución Francesa. Thomas Willis (1621-1675) había puesto la primera piedra de la nueva medicina, apoyada en el conocimiento experimental; él mismo era un adicto a la caza de cabezas y la concomitante profanación de tumbas. Hemos de señalar que Makari yerra cuando afirma que la disección había sido obstaculizada por el cristianismo, la disección se practicaba ya en la Cristiandad medieval, es en la Roma republicana e imperial donde estaba proscrita por razones mágicas. A la vista de lo que comenzamos a percibir en el siglo XXI quizá con buenas razones.

Pronto hubo que buscar un cauce para mejor regular el entusiasmo religioso, que devenía político al menor descuido. Calificarlo de enfermedad abrió el camino a la psiquiatría contemporánea. La Edad de la Razón es también la de la Locura, la Ilustración fue un tiempo propicio para el despliegue de los médicos filósofos. Soy un cuerpo y pienso que decía Voltaire (1694-1778), el hombre que veía en los fósiles restos de picnics donde se había consumido principalmente pescado…

Esta primera ola de mentalismo, iniciada cerca de 1640, retrocedió con la derrota de Napoleón (1769-1821). Sin embargo algo, en parte alma y en parte máquina, había sido almacenado ya como idea no erradicable en la corriente básica del pensamiento europeo. El resquebrajamiento de la mansión escolástica abrió el camino para una colosal mudanza. La Naturaleza como máquina y el Leviatán en política hacían su entrada en escena. El carácter corpóreo del alma pensante y el Gran Artesano proseguían inmisericordes el desencantamiento del mundo, uno de los rasgos destacados de la Modernidad. En la Royal Society, como en las logias masónicas, se excluían expresamente las discusiones políticas.

Destacar en esta obra el estudio detenido que el autor realiza de las aportaciones de John Locke (1632-1704), medico y calvinista. Cosifica la mente y la enfrenta al alma racional; nacemos como una “tabula rasa”, no hay ideas innatas. La identidad y la conciencia serán el conejo que con Alicia más tarde se sumirá en el mundo subterráneo; aquí se limitaba a sacarlo del sombrero. Gracias a los poderes de la conciencia el hombre era responsable por sí mismo. La ética era la autentica ciencia y asunto de la humanidad en general. Locke dixit. Mantener a raya las pasiones, los fantasmas y las convicciones será pronto la marca de la casa de la Modernidad. Suprimiendo las capacidades innatas y la Revelación pasábamos del alma inmortal al alma maquina. La Edad de la Razón había dado origen a la mente sensorial perceptiva.

La Enciclopedia, surgida en “parties”, diseñados y presididos por unas cuantas damas selectas, dio un salto de gigante partiendo de estas presuposiciones posibilitadas por el uso díscolo de neologismos y por cambiar el sentido a viejas palabras. Sin obviar posteriormente el uso desmedido del hallazgo humanitario del doctor Guillotin (1738-1814).

Una de las partes mas brillantes y menos edificantes del libro lo constituyen las trayectorias de Anton Mesmer (1734-1815), predecesor claro de Freud (1856-1939), que convirtió la seducción en recurso epistemológico, y de Rousseau (1712-1778). Este último, transformado en auténtica bête noire por sus colegas ilustrados, fue contemporáneo de la quema de sus libros en los lugares más inverosímiles. Tanto la cura por la imaginación que practicaba el primero, bajo el paradigma del magnetismo animal, como la creación literaria de la figura del noble y pequeño salvaje, que sólo tomaría cuerpo mucho más tarde con Nietzsche (1844-1900) y Aleister Crowley (1875-1947), sembraron un futuro posible que hoy comenzamos a vislumbrar tras la negra nube tecnotrónica de los actuales distopistas; ocultos tras la pléyade de políticos “woke” e ingenieros sociales adiestrados en el uso sistemático de las malas artes digitales y cibernéticas. La multitud, edulcorada por la educación general obligatoria, asiente desde los termiteros humanos, mientras millones de pantallas emiten turbulentos juegos de sombras.

No me resisto volver atrás y recapitular, citando a Makari literalmente:

“En la segunda mitad del siglo XVIII, los medecins-philosophes se enfrascaron en debates críticos sobre la mente. En Escocia, Inglaterra, Francia y Suiza, equipos de médicos y filósofos dialogaban – Diderot y Bordeu, Rousseau y Tissot, D´Alembert y Barthez – y compartían preocupaciones mutuas que ya no recaían en un dominio intelectual específico. Estaba en juego algo más urgente y explosivo, la construcción de un fundamento natural para individuos en una sociedad secular y moderna. Como obreros de la construcción que cavan un túnel, los médicos de la morale y los filósofos del esprit se apartaban de sus respectivos terruños y, a medida que se aproximaban al centro, trataban de fusionar – y por lo tanto, crear – una nueva ética y una nueva ciencia del hombre que situaran esa cualidad supuestamente única, la mente voluntariosa y creativa, en el centro de la palestra.”

La matemática de la moral y la consideración del mal como enfermedad, con la consiguiente separación de la mente humana de la Divina, allanaron el camino para una mente corpórea, residenciada en el cerebro, susceptible de influencias y trastornos. Se abría el camino para la revolución interior y la transformación de la mentalidad. Las aportaciones de la filosofía alemana (Schelling, Kant y Hegel) serían fundamentales. Se insinúa una nueva metafísica para mejor trazar una ruta entre el ocultismo y la mecanización de la humanidad. Había que casar la libertad de pensamiento con las acciones obedientes requeridas por, con perdón, el Leviatán.

El Fausto de Goethe tenía algo que aportar sustituyendo la contemplación por la acción en el ab origine. La conciencia “propia”, contemplada como alienación (Hegel) o falsa conciencia (Marx), ponía las bases de la actual operación de redención planetaria donde el ser humano, troquelado por una educación estandarizada, pudiera mejor acceder a la situación posthumana fundido con el tostador y la nevera: en una síntesis de hielo y fuego que habrían envidiado los más preclaros alquimistas del pasado.

Estamos en el preludio de algo que aun no se ha podido completar: el establecimiento de una nueva Cadena del Ser. El mundo del Gran Reseteo, de Neuralink y de los confinamientos sanitarios la anuncian; predecesores estos últimos, sin duda, de un nuevo Gran Encierro. Esta vez no restringido a los locos sino abarcando a todos, en aras a una “salud planetaria” convocada por Inteligencias artificiales y concilios secretos de “sabios”. No, descuiden, no tiene nada que ver con la temperatura…

“ …porque una máquina hecha por el artificio del hombre no es máquina en cada una de sus partes (…) mientras que las máquinas de la naturaleza, es decir los cuerpos vivos, siguen siendo máquinas incluso en sus partes más pequeñas, hasta la infinitud; esta es la diferencia entre la naturaleza y el arte, es decir entre el arte divino y el nuestro.” Leibniz.

ALMA MÁQUINA

La invención de la mente moderna.

George Makari

Traducción de Eduardo Rabasa.

Sexto Piso, 2021