Hashtag #DescensoAlInfierno (o cómo las redes sociales pueden acabar con tu salud mental)
27 de enero de 2023Lecturas totales 496 , Lecturas hoy 2
Aránzazu Díaz Huerta
Los mal llamados filtros de belleza, los gurús del fitness y la vida saludable, y hasta los influencers que comparten sus idílicas experiencias alrededor del mundo, podrían estar minando tu salud mental.
Como cualquier viernes por la tarde, me dispongo a vestirme y demás menesteres para tomar algo con mis amigos. Me quedan libres unos minutos, así que decido inmortalizar el look antes de salir de casa para compartirlo en Instagram. Tras sacar más de veinte selfies, no acabo de verme bien en ninguno, siento que algo falla, así que entro en mi app de retoques favorita y busco ese filtro que modifica mi rostro lo justo para seguir siendo yo. Aunque, en realidad, mis pupilas no son tan grandes, ni mis labios tan gruesos, ni mi nariz tan fina, ni mi cara tan afilada. Ni siquiera tengo los pómulos marcados, pero a base de utilizarlo una y otra vez he logrado rechazar mi propio reflejo en el espejo para darle la bienvenida a la mujer ¿bella? y segura de sí misma que me recibe tras el filtro. Y sin embargo, al acabar la sesión de fotos me siento exhausta.
La anécdota que acabo de relatar refleja la realidad de muchos jóvenes (y no tan jóvenes). Detrás de los millones de selfies sonrientes que copan las redes sociales se ocultan todo tipo de inseguridades, y probablemente, ni siquiera estemos viendo sus rostros reales. Yo misma, a mis treinta y tres años, he sido víctima del mal uso de los filtros. ¿Cómo es posible? La explicación científica reside en la química del cerebro, concretamente, en la dopamina que segregamos cada vez que recibimos un estímulo en forma de like o comentario. Si nuestras fotos con filtros y retoques de Photoshop tienen más éxito que las imágenes donde nos mostramos al natural, ¿a qué conclusión llegará una joven quinceañera que se encuentra transitando la época de inestabilidad por excelencia? Pero al chute de dopamina hay que sumarle otros factores, como la baja autoestima o la falta de herramientas para interactuar frente a frente, y es que estos también influyen en cómo deseamos mostrarnos en las redes sociales.
El estigma de la pandemia
A raíz de la pandemia y ante la imposibilidad de comunicarnos con normalidad, nos vimos abocados al contacto digital, no solo para cuestiones como los estudios o el teletrabajo, sino también para conectar con nuestros amigos y familiares, e incluso para buscar pareja. Pero tantas horas detrás de una pantalla, hizo que muchas personas –sobre todo jóvenes–, comenzasen a sentir cierto desazón por pequeños detalles físicos en los que, quizás, no habían reparado antes. Los mal llamados filtros de belleza se convirtieron entonces en su tabla de salvación para relacionarse con el mundo que aguardaba en el vasto universo digital.
Sin embargo, este tipo de filtros estandariza un tipo de belleza irreal y totalmente impersonal que, literalmente, deforma nuestros rostros (y cuerpos) para alcanzar la supuesta perfección. Pupilas que recuerdan a los personajes de los animes japoneses, labios gruesos y perfectamente equilibrados, cejas anchas y perfiladas, una nariz ridículamente fina, pómulos marcados y una barbilla afilada, así como una cintura imposiblemente estrecha, son las características principales de los filtros más utilizados por generaciones como los centennials.
¿El resultado? Una terrorífica ensalada protagonizada por un aumento de los niveles de ansiedad, estados depresivos e inseguridad personal, dismorfia facial y/o corporal, y en muchas ocasiones, peligrosas intervenciones de cirugía estética con el único objetivo de parecerse a la imagen con filtros.
Lo mismo ocurre con los gurús del fitness. Muchos de ellos muestran fotografías espectaculares del antes y el después de los cambios en sus cuerpos, imágenes que a veces están editadas, o bien responden a la pose, la iluminación y el tipo de prenda elegida. Pero el mensaje subliminal siempre es el mismo: si no lo tienes es porque no quieres, y solo podrás alcanzar el éxito en la vida si consigues este cuerpo.
Respecto a los influencers de viajes y estilo de vida, el hecho de estar expuestos constantemente a una horda de imágenes y vídeos sobre supuestas vidas de cuento, puede hacernos sentir desgraciados. De nuevo, esto se vuelve más relevante en las edades más tempranas. Si pensamos que la mayoría de estos influencers se encuentran en la veintena, no es descabellado pensar que un chaval de instituto pueda verse como un fracasado al comparar su rutina con la del personaje en cuestión, ese que le deslumbra con estampas idílicas cada vez que abre su aplicación de Instagram.
Lo más preocupante es que a pesar de acrecentar sus niveles de ansiedad e inseguridad personal, estas personas continúan enganchadas a las redes sociales, entrando en un círculo vicioso tóxico que fácilmente culmina en una terapia psicológica o farmacológica. La acción de los padres es, sin duda, fundamental para mantener la estabilidad mental de los adolescentes. Pero en lo que se refiere a los adultos, la única solución pasa por la concienciación y la fuerza de voluntad. Al fin y al cabo, se trata de una droga más, digital, pero droga igualmente.
En el momento en que recuperamos el control sobre nuestra autoestima, dejamos de compararnos con un estándar de belleza enfermizo, asumimos que nuestros cuerpos no han de responder a un prototipo determinado y que la perfección no existe ni aun estando de viaje en el rincón más espectacular del planeta, surgen la aceptación y el bienestar mental. También ganamos tiempo libre de calidad y recuperamos aficiones perdidas, incluso aprendemos a relacionarnos de forma sana y cara a cara.
Con esto no quiero decir que sea obligatorio dejar de utilizar las redes sociales, pero sí que deberíamos usarlas con ciertos límites, enfocándonos solo en aquellos contenidos que nos aporten experiencias positivas y nos permitan disfrutar de una vida plena. Como en casi todo, la precaución y el equilibrio son las claves.