YA NO HAY TÚNEL
25 de octubre de 2022Lecturas totales 1,202 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Baqueteado en amores, sin suerte sobre el tapete verde de los sueños o espoleado a ello por la mala conciencia, raro es que haya quien más tarde o más temprano no tire por la calle de enmedio y -según discurran los trazos de su carta astral- se fugue por los tejados o -más concienzudo- lo haga a través de un túnel. Huyamos de quien huyamos, quizá todos seamos en esta vida no más que variantes potenciales del topo, consistiendo nuestra misión en ella en escarbar un pasadizo gracias al cual salir de la caverna platónica para, sudorosos y hasta las cejas de barro, arribar a la verdadera Realidad. Acaso sólo seamos eso, topos vigilados por vopos, como aquellos alemanes que se la jugaban a todo o nada intentando escapar del Berlín Oriental. Acaso, sí, el Puesto Charlie, aquellas dos garitas, custodiada una por la policía militar estadounidense y por la germana oriental la otra, y que separaban el sector comunista de la ciudad del que no lo era, no fuese más que una metáfora didáctica de las innumerables aduanas morales y de todo orden que cada día hemos de decidir si tratamos de cruzar o no.
Inevitable resulta también para los asiduos a ciertas lecturas pensar, además de en Platón, en Gog y Magog y sus ejércitos del Fin de los Tiempos, que, según la tradición islámica, se afanan cada día en horadar la muralla alzada para contenerlos por Alejandro, que rodea al mundo y desde entonces impide la irrupción de tan malignas hordas en este lado -el nuestro- de la caverna. No creo que al escribir El Túnel 29, que se nos sirve en el catálogo de Salamandra, haya Helena Merriman tenido en mente fuente mitológica alguna. Desde luego, sí otras más al alcance del lector o topo de filas, como el dato de que en el mundo existen hoy alrededor de setenta países con muros directamente deudores en espíritu y concepción de aquel levantado en Berlín por el gobierno de la RDA, una barrera oficialmente justificada como herramienta de defensa frente a “la invasión capitalista”, pero cuyos vigilantes no apuntaban sus armas y reflectores hacia el exterior, desde donde se suponía que iba a atacar el enemigo de clase, sino hacia el interior, hacia sus “camaradas”. No era un muro construido para impedir a nadie el acceso a la ciudad, sino la salida de ella a sus habitantes, un instrumento en manos de una Stasi a su vez encargada de -en palabras de Merriman- “defender al partido del pueblo”.
De hecho, se contabilizaron numerosas escapadas al Oeste ya entre sus guardianes y obreros, muy conscientes de estar erigiendo su propia cárcel. El alambre de espino precursor del muro llevaba sólo dos días siendo instalado cuando se fugó uno de sus vigilantes, Hans Conrad Schumann. Ese mismo año de 1961 se pasó de tapadillo al Oeste la ingeniero Marlene Schmidt, que poco después ceñiría sus sienes con la corona de Miss Universo. Entre 1953 y 1961 ya habían huido a Occidente tres millones de personas, un quinto de la población… Como la RDA era una sociedad mayormente integrada por individuos en estado de semi lampancia y -recupera Merriman el dato- en la que uno de cada seis individuos eran chivatos y delatores en nómina de la policía secreta, huir de ella significaba no sólo la reunión bajo un mismo techo de los enamorados o la familia o trabajar donde y en lo que uno eligiera, sino también no tener que pasar la vida espiándose con el vecino, el pariente o el compañero de aula.
Hoy sería bastante más problemático perpetrar la evasión. Ya no se puede huir al mundo libre, abandonar la caverna platónica construyendo un túnel como el excavado en 1962 por un grupo de desesperados, aventura cuya crónica nos desgrana de modo magistral Merriman en El Túnel 29. No en vano en el mundo libre de ogaño pasamos gran parte del día fisgoneándonos unos a otros desde las pantallas de los móviles. ¿Cómo vas a escapar por un túnel si sólo por llamar a tu tío centenares de contactos -por no hablar de los pinchazos, autorizados o no- van a conocer al instante tu ubicación? Y, dentro o fuera del túnel, ¿adónde vas sin móvil? No hay mundo sin móvil, huir de la libertad es un delito ya imposible de cometer. ¡No puede evadirse quien vive ya evadido!
No es de descartar que algunos asesores y miembros del “gabinete de expertos” de Pedro Sánchez se inspiraran en aquel modelo de sociedad cuando, en los días del confinamiento, se trató de convertir España en un país de chivatos acojonados. Por lo demás, es obvio que la Stasi ejerce muchísimo peso romántico sobre las políticas del Ministerio de Igualdad, variante hispana y feminista del Ministerio para la Propagación de la Virtud y la Prevención del Vicio talibán (un símil que creo que tardará poco en copiarme, en uno de sus habituales corta y pegas para su columna diaria, ese articulista fofo, cansino, tedioso y con gafas como de versión eclesiástica de oficial de la Stasi).
¡Que le cunda! Por cierto que son de lo más interesante y podrían suscitar jugosas reflexiones las líneas en su libro dedicadas por Helena Merriman a la eventual responsabilidad por el alzamiento del muro de Berlín de Kennedy y su equipo al haber dado a Khruschev -tras una mala reunión con él- algo más que alas para construirlo. Así son las entretelas de la política, de por sí un ecosistema de susurros off the record tejido mediante la constante interacción de soplones y buscavidas siempre a la fuga de sí mismos.
Así que disfruten del libro, disfruten de El Túnel 29, pero sin hacerse ilusiones ni olvidar que eso de escapar y de hacer de prófugo ya pasó a la historia… y no sólo a la del comunismo y la RDA. Hoy no hay Túnel 29. No encontrarán aplicación válida con que instalarlo y, de dar con alguna, su móvil por norma acusará falta de espacio. Eso sí, ¡siempre estará ahí la pasarela de Miss Universo!