JOHN WAYNE VIVE

JOHN WAYNE VIVE

28 de agosto de 2022 1 Por Ángulo_muerto
Spread the love

Lecturas totales 1,596 , Lecturas hoy 1 

JOAQUÍN ALBAICÍN

Como vivo en un pueblo pequeño, a veces caigo dormido y me cruzo en sueños con mucha más gente que por la calle o en los bares durante la vigilia. ¡Viva la España profunda, al menos en ese sentido! Hay días, sí, en que no es nada más que tranquilidad y soledad lo que buscamos al despertar… Luego, a la hora de apoyar la cabeza en la almohada y a modo de efecto compensatorio, entran en acción los sueños. En el de ayer asistía a los toros, con la plaza abarrotada, no como la del pueblo, y un chico de los recados o un acomodador me traía hasta mi barrera y de parte de Luis Miguel Dominguín y Lucía Bosé, sentados mucho más arriba, en un palco, un programa de mano en el que ambos habían escrito unas muy afectuosas líneas dirigidas a mí y sobre el que querían que yo les dedicara otras de vuelta.

Abrí el cuadernillo, conmemorativo de una histórica corrida en la que había Luis Miguel cortado no sé cuántas orejas, rabos y patas. A las cariñosas palabras de Lucía Bosé seguían las suyas -más intelectuales, diríase que queriendo emular al Alberti del vuelvo a los toros por ti, Luis Miguel- y de las que recuerdo sólo el comienzo, algo así como: “Canta, querido Joaquín, pero no flamenco. Porque tus olés resuenan como venidos de otros mundos aún más incógnitos y lejanos”… Como al despertar aún no había decidido qué escribirles, fui al Vicenta, aquí mismo en Fuente de Cantos, a tomar café y allí -sonaba Hotel California en la terraza- lo hice. Esto me salió: “Mis amigos de otra localidad, desde el palco, me envían a mi barrera este programa. ¡Torea, querido Luis Miguel, pero mejor sigue dando consejos, como aquel que, junto a la piscina de Pepe Gárate, tan provechoso me fue! Y tú sigue tan bella, Lucía. ¡Que nunca os falte el aura que ha fascinado al chico de los recados portador de vuestra nota hasta mis manos! Un abrazo afectuoso”…

No sé por qué, al despertar fui a acordarme de un mañana en una terraza en la Costa Brava, en San Feliú de Guixols quizá, cuando siendo yo niño vimos pasar por allí andando a John Wayne, que debía tener cerca amarrado el yate o estar rodando. Llevaba al cuello el mismo pañuelo y en la cabeza el mismo sombrero que lucía luchando en Wyoming contra los indios. Al escritor Juan Gracia Armendáriz se le ha aparecido también al cabo de tantos años, pues en su nuevo libro de relatos con Pre-TextosEl año en que murió John Wayne– su silueta de vaquero planea sobre el mapa de miedos, pistolas, odios, muertos y vivos que fueron los años de plomo del País Vasco, cuando los vecinos de los asesinados guardaban silencio y miraban hacia otro lado al cruzarse en la calle con sus cadáveres cuando iban a la compra. Lo que se cuenta en Patria, exacto.

Igual que difícilmente quienes lo vivieron y sufrieron podrán olvidar el terror de ETA, que la presencia de sus miembros -visibilizados y empoderados- en parlamentos e instituciones públicas varias nos recuerda cada día, costará que nosotros dejemos de sentir el halo de John Wayne, Luis Miguel y demás iconos pobladores de los horizontes sutiles con los que desde hace tanto tiempo linda nuestra vida terrestre. A mí al ver a John Wayne no me entraron ganas de irme de mayor a Los Ángeles, como sí a Nueva York al protagonista de uno de estos relatos, teñidos algunos de sadismo y delatores otros del gusto por la lectura de crónicas de sucesos. Habría estado bien que en ese inspirado en el 11-S hubiera aparecido también John Wayne, el actor ideal para encarnar en el cine el heroísmo por todos conocido del gremio americano de bomberos.

La lectura de casi todos los cuentos de Gracia Armendáriz me ha devuelto aromas, colores y sonidos muy en boga en mi infancia: las novelas de Sven Hassel de la Editorial Reno, Mercromina, pegatinas del Frente de la Juventud y UCD, historias familiares de la guerra civil y de maquis y de divisionarios azules, rebanadas de pan con mantequilla y azúcar, cromos de futbolistas… Faltan las maquetas de Tamiya, a las que no descarto volver a engancharme tras haber vuelto a verlas en los estantes de una tienda de Badajoz. No hay que olvidar que, como los soldaditos de Tamiya, John Wayne también luchó en Alemania, Filipinas o Corea. ¡No se limitó a las grandes praderas!

A esa amplitud de miras suya hay que atribuir la buena salud de su trayectoria post mortem y el soplo de inspiración que su figura continúa regalando a un escritor -Gracia Armendáriz- que –como yo mismo- no es precisamente de su quinta, pero a buen seguro cuenta Centauros del desierto o La diligencia entre las piezas canónicas de su memoria artística y sentimental.

¡Viva, pues, John Wayne por muchos años! ¡Brindemos por los viejos iconos!