Un brindis por Lu Xun
31 de enero de 2022Lecturas totales 1,135 , Lecturas hoy 2
Joaquín Albaicín
Son muchos los damnificados por la nueva peste negra que aseguran que el covid ha afectado a su capacidad de concentración para escribir o leer. Pero la lentitud a la hora de percibir y transmitir pensamientos es, en esencia, una secuela de lo que la tradición hindú llama chittavritti o torbellinos mentales. Estos vienen propiciados de un lado por las percepciones de los sentidos, de otro por las consecuencias de nuestras obras y, por fin, por los vasanas o latencias psíquicas, esos bajos fondos de la mente que, procedentes de estados de existencia vivenciados previamente al humano, nos acompañan desde el nacimiento. La doma y destrucción de esos vasanas o latencias prenatales es justamente el fin perseguido por el yoga
Entre las percepciones sensoriales se cuentan, claro, las derivadas de la caída en las garras de un virus. El covid, pues, parece que estimula la eclosión de los torbellinos mentales, y no se siente uno inclinado a creer una casualidad que su expansión coincida en el tiempo con la consolidación de la invasión de la vida por internet, cuyo suministro o flujo incesante de información no deseada ni buscada es generador de todo tipo de atascos y embotellamientos psíquicos. De hecho, esa confusión o lentitud mental era ya muy corriente entre los nativos digitales desde mucho antes de ser tipificada como supuesto síntoma de infección por covid… De hecho, los afirmacionistas -que, aunque nadie los mencione por su nombre, existen, igual que los negacionistas- se han inventado ahora lo de la crisis del papel -que si se acaba el papel, dicen… todo para que renunciemos definitivamente a leer de otro modo que no sea a través del ordenador o el móvil y hayamos de pasar las veinticuatro horas completas conectados a su negocio de la Red y, básicamente, atontados. Yo, mientras se llega o no se llega a esa sodomización integral, continúo leyendo obras editadas en ese anticuado soporte, valga como ejemplo Gritos, una selección de relatos de Lu Xun que ha publicado Miraguano.
Su índice incluye Diario de un loco, una historia inspirada precisamente en los callejones sin salida a que puede llevarnos el permitir la libre circulación por nuestras neuronas de los chitavritti y, con ella, su implacable tiranía sobre nuestras vidas. Por Lu Xun nos enteramos de que, allá por los comienzos del siglo XX, los chinos que, como fue su caso, iban a estudiar a Japón solían cortarse la coleta. Ahí se halla, a nuestro entender, una de las principales explicaciones al hecho de que China haya dado tan pocos toreros, pues, si te cortas la coleta antes de haber siquiera debutado sin caballos, parece claro que no se puede llegar demasiado lejos en la hermosa y dura vida de los ruedos. De hecho, ocupa la portada de Gritos un retrato al óleo de Lu Xun salido de la paleta de un pintor anónimo y que nos recuerda -sin pretender comparar- a los inspirados por distintos toreros a Zuloaga.
Combinamos su lectura en el Bar Salas de Fuente de Cantos, cuna de otro gran pintor, con la del primer número de Famosos Monsters del Cine, dedicado a Bela Lugosi y heroicamente rescatado por nosotros del olvido y el polvo en una librería de lance. Tenemos al tiempo ante nuestros ojos una vieja entrevista al padre Pilón y varios artículos sobre San Malaquías y sus lemas papales. Y es que se suele hablar mucho de San Malaquías en el Salas y hoy, además, también -en la mesa del fondo, la de los clientes mayores- de cante por campanilleros y granaína. Justo ahora me entero además, por el móvil, del fallecimiento de Sidney Poitier, inolvidable junto a Rock Hudson en Sangre sobre la tierra y que habría sido el actor ideal para encarnar en la pantalla al Papa negro no previsto por el santo irlandés y cuyo pontificado a estas alturas ningún profeta vaticina, quizá por ya vivirse mayormente, en Occidente, bajo una no declarada sensación de Fin del Mundo, estado de ánimo no detectable, por contra, en zonas del mundo agobiadas por circunstancias tan dramáticas como las de la guerra civil que tocó vivir en China a aquel Lu Xun cuyo porte evoca, sí, más la silueta de un torero de Zuloaga o de un padre Pilón aún seminarista que la del fundador de revistas, defensor y divulgador del esperanto y promotor de la literatura rusa que desde sus años mozos fue.
¡Lu Xun! Nos quedan sus relatos, así como un retratista desconocido se ocupó de estampar sobre un lienzo su fachenda. Aquí los tenemos, ante nosotros, en un bar aún abierto en esta Era Cuaternaria que nadie nos aclara si ha terminado ya o no. ¡Un brindis por él, por Lu Xun! ¿O tiene algo de malo brindar por China? ¡Salud, Lu Xun, allá donde estés…!