Memorias de hoy
31 de enero de 2022Lecturas totales 1,710 , Lecturas hoy 1
Joaquín Albaicín
La Reina Federica de Grecia recordaba que la mujer de Jan C. Smuts, Primer Ministro de Sudáfrica, aseguraba ver a menudo en su gabinete, mientras hacía punto, a gnomos ataviados con sombreros de tres picos… Visiones, en fin, que no tienen ni los habitantes de Downtown Abbey, pese a haberse rodado la serie -me entero por Javier Rodríguez Viñuelas- en el castillo del Lord Carnavon abatido por la maldición de Tutankhamon… Me he acordado de ello al leer Daguerrotipos y otros ensayos, la selección de escritos de Karen Blixen publicada por Elba, pues la autora de Memorias de África cita en uno de ellos a Sluts. También al general Von Lettow-Vorbeck, otra vieja gloria del ejército colonial en África Oriental que dejó a todos pasmados por el aplomo y sentido del deber mostrados cuando, en medio de una batalla, renunció con enorme entereza a detenerla pese a que, al hacerlo, desaprovechaba la ocasión de cazar un magnífico rinoceronte…
Cuando en 1939 Karen Blixen viajó a la Alemania nazi como corresponsal de prensa, se abstuvo -no queda muy claro por qué- de entrevistarse con los líderes en aquel momento en el poder, prefiriendo cenar con Von Lettow-Vorbeck y otros amigos de años atrás, históricos comandantes además, como él, de la I Gran Guerra. Sí se vio con funcionarios de rango medio, dirigentes de las organizaciones nazis “civiles”, quienes, como nada hay nuevo bajo el sol, en su descripción nos recuerdan mucho, al menos en su sección femenina, a las mujeres ocupantes hoy de amplios sectores del poder en esta España distópica confitada a base de tarjetas SIM, cajeros, pruebas de antígenos, elogio institucional de la delación, argot políticamente correcto y políticas de género.
Porque: “En los estados totalitarios”, observó Blixen, “se crea inevitablemente una especie de clero político, un cuerpo, digamos, de enfermeros sociales. (…) Se les recluta, diría yo, en esa capa social que llamamos clase media. No parece lógico pensar que ese clero social pueda tener verdadera vida privada, mucha menos, desde luego, que la que pueda tener el clero católico. Es la vida privada de los demás lo que da contenido y vida a la existencia de esa gente, y lo que ellos vigilan y mejoran, dirigen y guían, controlan y reprimen”. Pero lo escrito por Blixen nos inclina a pensar en la España de hoy, sobre todo, cuando añade: “Me pareció que las mujeres que ahora dirigen todo el estamento femenino alemán pertenecen a un tipo que antes de la creación del Tercer Reich apenas habría tenido oportunidades de ocupar puestos de poder”. Ponga cada cual los nombres que tenga a bien…
De hecho, es de lo más elocuente acerca del absurdo en que vivimos el hecho de que Clara Pastor, la editora, haya de proceder en el prólogo del libro a una inteligente y loable defensa de Karen Blixen sólo porque ésta pensaba lo que cualquier persona normal sigue pensando actualmente. Lo que resulta pasmoso es que actitudes aún de todo punto normales en una persona mentalmente bien configurada requieran justificación y explicación.
Los animalistas deberían, mismamente, leer las líneas por ella dedicadas a la vivisección y así, tal vez, pese a sus cortas entendederas, comprender que el respeto a la dignidad de los animales -basada, en el caso de Blixen, en el honor- nada tiene que ver con el “derecho” a casarte legalmente con tu mastín y poder, junto con él, adoptar a un niño coreano al que sodomizar juntos. Pero sucede con esto como con la posición de Blixen contra el colonialismo, inasumible por los hoy llamados progresistas, que no buscan sino anular o reducir a la nada las formas de pensamiento y vida diferentes a las de ellos y, por tanto, forman parte en las filas de ONGs y demás zarandajas de la fuerza de choque del espionaje, el militarismo y el capitalismo occidentales
El otro día un juez de Bristol absolvió a cuatro jóvenes por considerar que arrancar por su cuenta de su pedestal y arrojar al mar la estatua de un esclavista de hace dos siglos y propiedad del ayuntamiento no constituye delito alguno, ni contra el patrimonio público ni contra nada. Uno de los absueltos lo celebró riendo a mandíbula batiente, congratulándose por que la justicia comenzara a estar de parte de los que caminan por “el lado correcto de la Historia”… Es curioso, eso de dar por hecho que la Historia sólo tiene un “lado correcto” que transitar y que ese es el así considerado por cuatro occidentales equipados con una verborrea ideológica cocinada al calor del amor en un bar. Y verdaderamente delirante vivir en un mundo donde Karen Blixen, que ni mató a nadie, ni fue nazi, ni destruyó patrimonio que no le pertenecía, ni nada de nada y sólo por llamar blancos a los blancos y negros a los negros, resulta que ya no está en el “lado correcto de la Historia” y la publicación de sus ensayos haya de ser justificada y argumentada por escrito por la propia editora en gesto que le honra, pero muy ilustrativo acerca del umbral de lo distópico en que nos hallamos.
Sin duda que el episodio de Bristol habría inspirado una gran charla radiofónica a Karen Blixen, aunque, por durar más de veinte segundos, dudosamente habría sido seguida por muchos internautas. Y es que antaño todavía medio se entendía que alguien sostuviera, como ella lo hacía, que el futuro precisa de la bendición del pasado y de los ancestros si quiere ser no sólo legítimo, sino también viable. Pero hoy, y no sólo en Bristol, la gente se siente encantada de creer estar viviendo en el futuro… ¡Es lo que hay!
EXCELENTE.