En el umbral de la distopía

En el umbral de la distopía

3 de octubre de 2021 2 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

En la portada, el lienzo Shakti negra cabalgando el tigre, de Rocío Miralles. ¿La editorial? Una valenciana: Gaspar & Rimbau… ¿El título? Las Hojas de Riemann. Y me lo manda el autor, lo que me obliga a hacer memoria, pues le conocí bajo otro nombre, hace muchos eones y en Barcelona, donde él publicaba con encomiable convicción una revista inspirada en el mundo de símbolos y visiones de René Guénon. Vivían, por lo tanto, en sus páginas el sufismo, los Vigilantes, el Diluvio, Shiva, la contrainiciación, la palabra de paso masónica, las pirámides alzadas por Idris, el Paráclito, la Hermandad Hermética de Luxor… Pasados los años, vuelvo a encontrarme con aquel personaje de Perucho, pero ahora operando bajo el nombre de Leonardo Roy, convertido en novelista y, según leo en el frontispicio de su primera obra, también en “el escritor de culto más desconocido del momento”, que con este título se destapa al fin como fundador de la ciencia-ficción castiza y padre de Eustaquio Valdés, un nuevo Ulises.

¿Quién es Leonardo Roy? Lo ignoro, pues ya no sé si el integumento lo constituye la identidad con que le conocí o esta actual de narrador de minorías. ¿Se llamaba ya entonces, sin yo saberlo, Leonardo Roy?

Las Hojas de Riemann -su novela- se inscribe en el género distópico al ambientarse en un mundo cronológicamente regido por una Nueva Era cuyo Año I es nuestro 2040 d. C. y gestionado por un gobierno mundial encarnado en la Corporación Global Ransom, que a mí no sé por qué me recuerda a Infinity Lithium, el consorcio o lo que sea que anda tratando de abrir o ya ha abierto, no sé, una mina de litio en Valdeflor, Cáceres… y que no sé si se ocupa también de la de Monesterio, al lado de donde vivo.

En ella -en la novela digo, no en la mina- se habla mucho de la teoría de las cuerdas y otros asuntos cuánticos, pues su tema central es la existencia de planos de realidad paralelos dotados de puertas comunicantes entre sí. Aquí confluye, pues, Jardiel Poncela por estilo con Arthur C. Clarke por enfoque, además de con Einstein, con George Clooney paseando por el espacio en traje de astronauta, con Jünger, con el Logan que se dio a la fuga, con el Henry Corbin del mundus imaginalis y con la Sandra Bullock de La casa del lago. Pero también, pues la cabra siempre tira al monte, se adivina entre bastidores a un René Guénon que hubiese adoptado la mirada de Moebius desde ese despacho cuyo mobiliario y demás objetos ordenó a su familia no mover cuando él muriese, a fin de poder seguir “viéndolos” a todos desde el Otro Lado.

No deja, en mi opinión, de resultar iluminador el dato de que, aparte de su consabida promoción de la tecnolatría, todas las sociedades distópicas imaginadas por los novelistas se distinguen por estimular el desarrollo hidrópico no de las virtudes del ser humano, sino de sus “potencias”: la envidia, la indiferencia ante el sufrimiento ajeno, el “rendimiento”, la subordinación sexual y familiar del individuo al Estado… ¿Nos estamos acercando a un estado de cosas de ese orden?

Existe, sin duda, una apabullante cantera de candidatos a ciudadanos ejemplares de una distopía. Piénsese en la creciente masa de población enganchada al visionado de series de televisión en las que los actores indefectiblemente aparecen en algún momento vomitando, aleccionando así de continuo al espectador sobre la necesidad de que contemple con naturalidad lo natural, seres humanos que consagran más tiempo a la limpieza de la memoria de su móvil que a su higiene física y psíquica personal. Son los integrantes de una sociedad que espera y casi presupone de algún modo la existencia de una solución tecnológica para todo.

Leonardo Roy lo sabe, que no vivimos en una distopía, pero sí en sus umbrales. Quizá por eso sea el autor de culto más desconocido del momento… hasta que Netflix vaya y le compre los derechos de Las Hojas de Riemann y dé una vuelta de campana al argumento, claro. ¡Espero que ese día cuente conmigo como asesor de guión!.