Alquimia y religión

Alquimia y religión

3 de octubre de 2021 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

Raimon Arola es, sin duda, uno de los más serios y rigurosos estudiosos europeos de cuanto concierne al ámbito del hermetismo cristiano. Su historia, doctrina, protagonistas y simbología han sido ya objeto de numerosas y atinadas reflexiones debidas a su pluma. Discípulo de Charles d´Hooghvorst, animador desde sus comienzos de la revista La Puerta y autor de obras como Las estatuas vivas o La cábala y la alquimia en la tradición espiritual de Occidente, su Alquimia y religión fue recibido por nosotros, lógicamente, con el interés que merece apenas llegó a las librerías en 2008, y vuelve a serlo ahora, cuando Siruela lo relanza en una edición revisada y que incluye tres apéndices nuevos (sobre Agrippa, Guénon y los manifiestos rosacruces).

Fruto de años de investigación y reflexión, el libro deja justa constancia de la deuda contraída por los estudiosos del hermetismo occidental con los del hermetismo islámico y, en particular, del shií (inevitable citar el clásico Cuerpo Espiritual y Tierra Celeste, de Henry Corbin, también en el catálogo de Siruela) y nos sumerge en un universo simbólico de extraordinaria riqueza cuya más llamativa eclosión acontece tras la consolidación del trauma continental que supuso la Reforma.

El eje conductor de la obra es esa cesura constatable entre la alquimia anterior al siglo XV indisolublemente unida al devenir del conocimiento científico y la posterior, cuando, por efecto del auge del mecanicismo y el racionalismo, la alquimia se escinde de la nueva ciencia oficial y queda vinculada exclusivamente al mundo de la religión y el misticismo, que, previamente, también habían a su vez formado un todo con la ciencia… Mas esto no fue sino el preludio de una nueva –y más grave- separación. En efecto, tras un breve período durante el cual la alquimia, al descubrirse en Occidente los textos atribuidos a Hermes Trismegisto, es generalmente entendida –tanto por católicos como por protestantes- como el núcleo más interior o la vía mística propios de la religión cristiana1, y en el que circulan las obras de Michael Maier, Eugenio Filaletes y otros adeptos vinculados a la corte de Rodolfo II… Tras este corto lapso de florecimiento, marcado por la difusión de los manifiestos rosacruces, tiene lugar también, al invadir el racionalismo las filas eclesiásticas, la ruptura entre religión y hermetismo, pasando desde entonces esta segunda disciplina a ser sistemáticamente asociada a las supersticiones, la brujería o la magia.

Esta fatal disociación coincide por un lado con la aparente ruptura de las principales cadenas iniciáticas transmisoras del conocimiento hermético y, por otro, con la apropiación de la terminología y los motivos alquímicos por charlatanes y embaucadores, a lo que se suma el paralelo desplazamiento de las preocupaciones eclesiásticas hacia inquietudes de orden mas mundano. Salen a la palestra entonces Paracelso y otros, afanándose en recopilar y ordenar todos aquellos conocimientos auténticos en un intento de evitar su completa desaparición bajo las aguas del maremoto racionalista2. En los tratados publicados en el siglo XVII, herederos de los de Paracelso, las ilustraciones –todo un corpus de imágenes deudor de la religión, la metalurgia, la medicina, la química y la mitología clásica- adquieren a menudo preeminencia sobre los textos. Arola se detiene en el estudio detallado de estas joyas de la emblemática -en particular, las de la Atalanta en fuga de Michael Maier- y nos brinda un ejemplar comentario explicativo del encuentro entre el Mercurio y el Vulcano celestes con sus homólogos terrenales en uno de los más conocidos grabados de esta colección, así como otro no menos iluminador sobre el Emblema de la Escuela Mágica de Filaletes.

Como señala Arola, es sorprendente –y acaso, añadimos nosotros, tremendamente significativo- que tan bellos grabados –tejidos a base de “alegorías extrañas, mitos reconstruidos y desordenados”– hayan permanecido ignorados durante siglos tanto por los historiadores del arte del barroco como por los de la ciencia (pese a que éstos tengan –equivocadamente- a la alquimia como precursora de la química). Arola nos introduce en su carácter de símbolos reveladores de “los secretos de la Naturaleza” y, al tiempo, empleados para ocultar el secreto de esa Obra obtenida en virtud del hallazgo del Mercurio de los Sabios. La enseñanza por medio de símbolos estuvo muy extendida en las escuelas de conocimiento sagrado de India y del antiguo Egipto, así como entre los pitagóricos, al igual que –como dan fe Orígenes y otros- en el seno de la Iglesia primitiva. De ahí que, en todas las obras sobre hermetismo, sean constantes las alusiones al carácter secreto del Arte y a la obligación de guardarlo de los profanos.

En el marco del diálogo interreligioso, nos ha interesado mucho su breve apunte sobre San Pablo: con la acuñación del término “cristianismo”, que terminaría por desvincular a los seguidores de Jesús del culto judío, el Apóstol de los Gentiles, nos dice Arola, no habría defendido tanto la “religión verdadera” como “la verdad de la religión”, esa verdad presente y accesible a todos los pueblos y que sería a su entender la del Cristo universal reivindicado por Raimon Panikkar más que la del Cristo histórico.

En el panorama editorial generado en torno a la alquimia abundan las afirmaciones gratuitas y la morralla ocultista. Es muy de agradecer, por tanto, que Raimon Arola, con esta fluida revisitación de temas que le son muy queridos firme una obra que en verdad contribuye a orientar por el camino recto a los interesados en el Arte Real.

1 Las obras alquímicas insisten en que la obtención de la Piedra Filosofal es un don del Cielo, inalcanzable sin la gracia de Dios.

2 Es a lo que alude el Príncipe Carlos de Windsor al lamentarse por que, “durante los últimos tres siglos, al menos en el mundo occidental, ha surgido una peligrosa división en la manera como percibimos el mundo que nos rodea. La ciencia ha intentado asumir un monopolio, incluso una tiranía, sobre nuestra comprensión. La religión y la ciencia se han separado, con el resultado, como dijo William Wordsworth, de que ´poco vemos en la naturaleza que sea nuestro´” (cit. en David Lorimer El Príncipe radical. La visión del mundo del Príncipe de Gales, Kairós, Barcelona 2003).