Viajes por el país que nunca se acaba
10 de julio de 2021Lecturas totales 2,436 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
Desde hace años y encaramado a su columna diaria en la contraportada del Hoy de Badajoz, José Ramón Alonso de la Torre es el gran cronista de la vida extremeña y de la mirada con que contempla el mundo exterior esta tierra de ovejas, conquistadores, romerías, jamones, minas abandonadas, pajaritos fritos, contrabandistas que se apuntaron a la emigración a Alemania, tamborileros, dólmenes, recolectores de caracoles, toreros con personalidad, rastreadores de espárragos y mundos paralelos con los que el fuentecanteño, el emeritense o el sagedano conviven con absoluta naturalidad. El otro día nos contaba cómo hace poco cundió el pánico en Miami al darse la alerta sobre la presencia de un caimán que luego resultó ser un cocodrilo de peluche: “En Cáceres”, escribió, “no hay falsos avistamientos: si se ve un venado en una rotonda es un venado de verdad y si los caballos trotan por el arcén, son caballos, no alucinaciones”. ¡Bien dicho!
Ahora ha publicado con la editorial El Paseo una crónica –Un viaje por la Raya– de sus viajes por el vecino Portugal o, mejor dicho, por esa tierra fronteriza entre las dos naciones y que, residente a lo largo de su vida en cinco de las siete provincias lindantes con el Reino luso, ha recorrido desde la desembocadura del Guadiana en Ayamonte hasta la del Miño. Es el suyo un cuaderno de viajes un poco al estilo de aquellas Guías del Trotamundos que adquiríamos en librerías que ya no existen, con la diferencia de que raramente informa en ella del precio del menú o de la habitación doble en este hotel o aquel bar. Todo un acierto, pues, como bien sabemos quienes las utilizábamos, lo escrito y la realidad no solían en ese sentido coincidir ni por asomo.
Un viaje por la Raya es Historia con mayúsculas porque en sus páginas nos encontramos con Napoleón, con Ibn Marwan, con el general Yagüe, con los Reyes de León, con los templarios o con el Guzmán El Bueno antepasado del fandanguero Pérez de Guzmán… pero todo observado desde la ventanilla de los autobuses de Leda o de los renqueantes trenes de cercanías, desde los bares de las gasolineras, las estaciones de ferrocarril dejadas a merced del matorral y la carcoma, el ojo del cazador furtivo de zorzales o ranas oculto en la espesura, la sorna de los feriantes o gustosamente atalayado tras una tapa de bacalao dorado en una terraza de lo que antaño fue una judería.
Aparte de enterarse el lector de que tan natural querencia como la del desayuno en la calle no es costumbre de toda la vida, sino que no comenzó a cuajar hasta 1966 o por ahí y empezó, concretamente, en Almendralejo. O de que Valencia de Alcántara -que suma alrededor de cuarenta avistamientos de ovnis- fue la primera población española pisada por el futuro Juan Carlos I, quien descendió allí a cambiar el agua al canario durante una parada del tren que le traía desde Portugal. O de que se ha dado el caso de que, en Eljas, una caravana de mujeres con precios de inscripción inmejorables hubo hace poco de ser aplazada… por falta de hombres. O de que aún quedan gitanos tratantes de caballerías. O de que por el puente de Marvao partieron en 1992 los judíos extremeños hacia el Portugal que los acogía (aún no había llegado 1506 con el sangriento pogromo de Lisboa). O de que en 1641 el Marqués de Ayamonte fue decapitado por proclamar la independencia de Andalucía y su fantasma sigue a día de hoy vagando por su palacio.
El itinerario recorrido por Alonso de la Torre es un sucederse de pueblos acostumbrados desde la Edad Media a cambiar con frecuencia de Reino, como Mértola, hoy apenas siete mil almas y antaño capital de dos Reinos de Taifas. O como Puebla de Sancho Pérez, cuya plaza de toros data del siglo XIV y es la más antigua del mundo. O como San Cucufate, donde nació Vasco de Gama. O Alconchel, donde tiene la finca Niño de la Capea. O Paymogo, aldea de origen templario cuya improbable, pero sugerente toponimia sería País del Mago, en recuerdo a un hermano de Guzmán El Bueno, herbolario errante y que recogía por allí gurumelos y plantas medicinales. Muy cerca está, en el Alentejo, Serpa, donde fue Miguel Hernández detenido y devuelto a España.
Pasamos de la mano del escritor también por Cuba, pueblo donde, como recuerda toda la iconografía publicitaria local, insisten en que nació Cristóbal Colón y hay un Pozo de los Diablos del que todos eluden hablar. No ha de ser casual que tan cerca caiga Veracruz de Marmenor, en cuyo monasterio se custodia un fragmento de la Cruz del Gólgota y adonde los endemoniados y gente con graves problemas somáticos iban en peregrinación a que por intercesión de la misma les curase el padre Silveiro con la misma fe que la afición ponía en México en la muleta de Silverio Pérez, el Faraón de Texcoco.
Recuerda Alonso de la Torre que Peter Sloterdijk, el gran cantor de los No-Lugares, tras visitar en 2006 estos pagos, recomendó “a quienes quieran conocer horizontes sin fin que se olviden de Texas y Wyoming y se vengan a Extremadura”. Es una recomendación a la que me sumo en calidad de lector diario del Hoy y de Alonso de la Torre y al tanto, pues, no sólo del calendario de caravanas de mujeres organizadas con frecuencia por la hostelería de la región, sino también de los ataques de comanches y sioux que amenizan cada día por aquí los viajes de los usuarios de RENFE.
Un país, en fin, que nunca se acaba, como reza el título de la columna diaria de Alonso de la Torre. Columna a columna termina uno por encontrarse entre manos con una Itálica o un templo de Karnak, y eso le ha pasado al cronista en cuestión con este libro que, como Sloterdijk, me permito recomendar a todos ustedes que visiten. ¡Nada como esta Raya de Portugal como fondo de pantalla literario y vital!