El terrorismo buenista

El terrorismo buenista

10 de julio de 2021 0 Por Ángulo_muerto
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JOAQUÍN ALBAICÍN

La Justicia al servicio de los partidos en el poder y estos al de las corporaciones financieras. Nueve millones de personas muertas cada año debido a la contaminación, según estudios publicados en 2017 por The Lancet y Le Monde. La actividad petrolera resta una media de quince años de vida a cada nigeriano. Piedras de granizo como pelotas de tenis caen en 2019 sobre Montbrison y Roanne. Refugiados de la catástrofe climática se hacinan a las puertas de Occidente intentando que se les haga un sitio como trabajadores semi esclavos en los campos de concentración, habilitados a ese efecto por las mismas compañías causantes de la hecatombe ecológica. Pasado el granizo y cuando la lluvia ya no es en la Tierra más que un recuerdo, surgen empresas vendedoras de colorante verde para el césped, medida cien por cien trumpista al tiempo que en armonía con el buen rollo cien por cien sanchista, de modo que -¡esa es la actitud!- todos salgamos ganando… Es el en gran medida rabioso presente, si bien escenificado como el inmediato futuro previsible en Impacto, una novela ambientada en el mundo post covid y cuyo autor, Olivier Norek, no ha tenido para urdirla más que captar y exponer en crudo la podrida esencia de la industria del humanitarismo.

¿El protagonista? Un desclasado -antiguo servidor del Estado francés como hombre de acción- que empieza a secuestrar a ejecutivos de multinacionales, sistemáticamente violadoras de toda esa abundante legislación existente en teoría para prevenir el colapso ecológico de la Tierra. O sus compañías se comprometen a financiar la restauración medioambiental del planeta, o ejecuta al rehén. Como todo el proceso puede ser seguido online, millones de internautas no tardan en convertir al raptor en su adalid. ¿Podrá ese masivo apoyo popular poner contra las cuerdas a los tribunales en vez de al secuestrador? Al fin y al cabo, Greenwar, la organización ecoterrorista comandada por este Robin Hood de un mundo en el que la vida tiene en el ciberespacio su principal mapa de operaciones es una versión buenista del Estado Islámico a la que uno se puede “apuntar” sin obligación de hacer nada por ella, además de con buena conciencia ecológica y perspectivas de ganarse las simpatías de todos los millones de personas que, en verdad, no saben con qué diantres simpatizan.

La trepidante e inteligente ficción de Norek tal vez peque -es un decir- de sobredimensionar un poco el poder de las redes sociales cuando son usadas por particulares, utilización en nada equivalente a la practicada por Estados, corporaciones y demás mafias. Pero no deja de ser un rasgo indudable del mundo que retrata, donde tanta gente aún asume que, por ejemplo, las primaveras árabes las convocaron unos blogueros. Y es que a todos nos gusta creer que usamos internet y sus redes sociales y no admitir que son internet y sus redes quienes nos usan a nosotros. Nos gusta creer que somos idealistas y justicieros, héroes a golpe de clic en el ratón a quienes en cualquier momento pueden secundar otros millones de clics, gracias a los cuales podemos hacer Historia con mayúscula sin movernos de casa. Cada vez hay más gente, en fin, convencida de que el mundo es un selfie y de que el liderazgo y la excelencia están directamente relacionados con las barritas energéticas, la vida sana y el photoshop.

Yo leo y escribo novelas para emocionarme o emocionar, no esperando que cambien el curso de la historia universal ni creyendo que esa sea la función de la literatura o el cine, cosa que también dudo mucho que piense Olivier Norek. Pero no hay duda de que si todos sabemos que, por ejemplo, la CIA es una organización criminal en sus objetivos y métodos es gracias a las novelas, películas y series de televisión que como tal nos la presentan. La inevitable pregunta es, pues, si, del mismo modo en que la licencia literaria al servicio del escritor o el guionista nos abre los ojos a la existencia de esas realidades oscuras del tejido político y económico, es asimismo de esperar que sirvan también para suscitar reacciones reales -fuera de la pantalla del ordenador- capaces de frustrar los malignos planes de nuestros gobernantes.

Como ningún escritor es un zelote salvo que elija ejercer como tal en sus ratos libres, como los internautas sólo se movilizan o actúan más allá de la pantalla por cosas de las que en el fondo no entienden nada y como ni Oliver Stone, ni Olen Steinhauer, ni Costa Gavras, ni Joseph Finder, ni Charles Cumming ni Mick Herron con sus notorios éxitos de ventas y taquilla han logrado erosionar un ápice la impunidad de la CIA, yo diría que no. Lo que sí pediría a Plataforma es que siga publicando novelas de Norek, que son un excelente modo de pasar el rato, cosa que no nos queda más remedio que hacer en tanto no llegue el fin del mundo por tantos signos anunciado. Me comprometo a leer la próxima, si es que sale a tiempo (que espero que sí).