Sobre Historia del Ojo, de Georges Bataille

Sobre Historia del Ojo, de Georges Bataille

11 de junio de 2021 0 Por Ángulo_muerto
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Juan Francisco Pastor Paris

      Dentro de la literatura erótica llamémosla clásica, ha sido desde siempre complicado desmarcarse de una de sus más grandes y seminales figuras, la del Marqués de Sade. Y con razón, ya que la totalidad de la obra del autor de Justine, tanto por su profunda carga de insurgente y lúbrica filosofía del libertinaje como por su pertinaz y trasgresor estilo, ha sido clave para el desarrollo de muchos ámbitos literarios en el pensamiento contemporáneo. Pocos de los autores que vinieron a seguir los pasos del divino marqués crearon una identidad propia en sus textos de carácter erótico. Excepción paradigmática habría de ser Sacher–Masoch en La Venus de las pieles, pero la mayoría de escritores posteriores quedarían anclados en inofensivos divertimentos de índole manierista, como sucede con Apollinaire en Las once mil vergas, por poner un ejemplo. En mi opinión, no es hasta la llegada del inclasificable autor francés Georges Bataille, autor de una de las obras cumbre del género, la Historia del ojo, cuando Sade encuentra un relevo digno.

      Pese a ello, las diferencias entre ambos son legión, y muchos críticos tal vez señalarían que las comparaciones no tienen lugar. Es posible, ya que la obra de Bataille no participa de ambiciones filosóficas ni demostraciones teóricas racionalistas, en tanto que    institucionalización del desacato a la divinidad. Tampoco se trata de una simple exaltación orgiástica de la sexualidad, como vemos en Apollinaire o en Alfred de Musset. En Historia del ojo, sin embargo, la construcción argumental demarcada por la efeméride de la experiencia vincula la novela hacia la literatura libertina, pero Bataille va más allá de esos resortes previsibles para gestar una fantasía sanguinaria, onírica y poética, preñada de contenido surrealista y tan contundente como un puñetazo en la boca.

    Los devenires, aparentemente anecdóticos, de la jovencísima Simone y del sátiro maestro de ceremonias que ejemplifica el narrador, basculan una trama en la que el deseo sexual y la muerte (el consabido eros-thanatos) conforman un todo indivisible en el que el placer conlleva la destrucción, suave y pringosa, tan querida por el decálogo erótico del autor. Y es que esta novela podría ser considerada, sin errar, como un auténtico corpus ideológico e iconográfico de Bataille; un universo cargado de connotaciones y símbolos, sean el huevo, el ojo, los orondos testículos de un toro, la orina que fluye lúbrica e imparable… Todo ello, como no podía ser de otro modo, enlazado con los propios demonios del autor y entroncado con su infancia y contexto pretérito.

    Entre todos estos elementos, resulta remarcable el tratamiento otorgado a la mujer. Para Bataille la figura femenina es el catalizador de esta presa dicotómica entre el sexo y la muerte. Se trata de la encarnación de una suerte de animalización placentera producto de la maldad y de cuyo disfrute sólo se puede esperar la aniquilación; una criatura convulsa privada de connotaciones humanas que incluso, en el caso de Simone, no se encuentra tan próxima al clasicismo de la femme fatale como a la más gráfica e insectoide mantis religiosa. Así, las representaciones de su sexo abundan en las concomitancias con unas fauces devoradoras y monstruosas, la famosa vagina dentada sublimada, caníbal y castradora. Recordemos el episodio de la novela en que Simone consigue los testículos de un toro y empieza a comerse uno mientras se introduce el otro en la vulva.

    Sea como fuere, nada hay dentro de la índole del material obsesivo que empapa las páginas de Historia del ojo que gráficamente no se haya tratado con anterioridad, si pensamos en los catálogos de perversiones ofrecidos por el ya mencionado Marqués de Sade. La absoluta subversión erótica de Bataille trascurre por distintos cauces. En realidad, es quizá impropio hablar de erotismo en los protagonistas de la novela, adolescentes amorales con talento para la devastación, cuyos actos se encuentran más encauzados hacia lo errático y malvado del capricho de un niño que al refinamiento del libertinaje o a la búsqueda de gozo sexual. No hay placer real en sus actos, fúnebres y mortales, sino activa soledad onanista, esclava de la muerte y de la implacable obsesión por transformar el instrumento visual en objeto de necesidad sexual. La hegemonía de la transfiguración, del reflejo como prisma del delirio y de la lógica inversión de los cauces, marca Historia del ojo como un círculo sin salida, el mejor vórtice de placer y destrucción salido de la pluma de Bataille.