Viejos y nuevos mohicanos
27 de febrero de 2021Lecturas totales 1,619 , Lecturas hoy 1
JOAQUÍN ALBAICÍN
No había yo reparado en eso del pre-Western antes de leer el breve ensayo de Alfredo Lara López que prologa la novela El rapto de Marah, de Dale Van Every, nueva incorporación literaria a la colección Frontera de Valdemar. Gracias a él nos enteramos de que el Western, para entendernos, es el mundo de John Wayne: las diligencias, los cornilargos, los indios de las praderas, el ferrocarril, la caballería, el saloon… El pre-Western es, en cambio, el de Daniel Boone: indios de los bosques y de los grandes lagos, más indios que colonos o vaqueros, rifles de avancarga, castores, piraguas… El mundo, pues, de El último mohicano de Fenimore Cooper, novela que podría decirse iniciadora de este subgénero novelesco.
De la mano de Yellowstone Wolf, un caballero nos aseguran que supremacista blanco pero que se dice inspirado por Jesucristo y Gandhi y luce por gorro una cabeza de búfalo comprada en un todo a cien, detalle más bien indicativo de que sus órdenes son las de propagar el máximo desparrame posible de cacao mental, hemos entrado ya cuando estas líneas escribo en la era del post-Western. Todo en las imágenes de la reciente “toma” del Capitolio recordaba, de hecho, al rendezvous en el que una vez al año, desde 1825 hasta 1840, los tramperos y hombres de la montaña en general se reunían para emborracharse, zurrarse e intentar vender sus pieles y aprovisionarse de pólvora y alcohol. Lo que algunos llaman la “América Profunda” no viene a la postre a ser, pues, más que el Salvaje Oeste reconvertido bajo la dirección del Deep State en Porky´s II, aquella comedieta éxito de taquilla en mi adolescencia.
Yellowstone Wolf, que cuando estas líneas vean la luz quizá sea ministro o le hayan suicidado o le hayan dado un chalet como el de Pablo o se haya reconvertido en activista gay o vete a saber, luce un aspecto bastante poco mohicano, nada raro si recordamos que el último murió hace tiempo. Tampoco nada le señala como hijo de una de las seis naciones iroquesas o como un delaware o un shawnee. La cabeza de búfalo adquirida en los chinos nos indica que ha visto más bien películas de cheyennes. Se mueve, pues, ahí entre medias, como parece propio de quien hace de puente entre el pre-Western y el post-Western.
Es curioso que leyendo una novela, por ejemplo El rapto de Marah, se experimente la sensación de que los personajes que por sus boscosas páginas se mueven descendiendo los rápidos de los ríos, abriendo cabezas a golpe de tomahawk, montando guardia en la torre del fuerte o vareteando la grupa de la cautiva son infinitamente más reales que los contemporáneos a quienes vemos a diario en la pantalla opinando, entrevistando, ocupando despachos más o menos ovales, quemando coches o promocionando -o desprestigiando, da igual- mascarillas y vacunas. No cabe sino concluir que, por el momento, los guionistas contratados para la puesta en pie del post-Western son malísimos, si bien seguramente a la altura del público mayoritario, a quien lo real da bastante yuyu. Ahora que se pretende vendernos la burra de que la vida es una película de la tele, qué mejor decisión que volver a la novela…