“El cartero” (un relato de Joaquín Albaicín)
27 de febrero de 2021Lecturas totales 3,613 , Lecturas hoy 1
Memorias de la Comarca de Tentudía[1] (II)
JOAQUÍN ALBAICÍN
Le despertó la estridencia del timbre y escuchó a su mujer abrir la puerta y descender las escaleras. Cuando salió del dormitorio ya estaba ella en el vestíbulo, quitándose la mascarilla y tendiéndole los dos sobres entregados para él. Se lavó la cara antes de sentarse a la mesa de la cocina a abrirlos ante el humeante café. Uno contenía el nuevo número de La Puerta, revista editada en Barcelona por los seguidores españoles de Louis Cattiaux, un hermetista y vidente que no mucho después de la II Guerra Mundial había escrito un voluminoso libro inspirado, según él, por Dios. El otro, Esperando el Milenio. Reflexiones sobre el Fin de los Tiempos, una compilación de las conferencias pronunciadas en 1985 por cuatro distinguidos esoteristas en la II Semana de Estudios sobre el Pensamiento Heterodoxo de San Sebastián.
A la correspondencia del día no le faltaba, en fin, más que venir estampillada con franqueo egipcio o etíope, con sellos de la esfinge de Gizeh o del Preste Juan de las Indias. Estar en 2020 no constituía un impedimento insalvable. ¿Acaso no había él abierto en su casa una embajada de la Rusia zarista, única representación diplomática oficial de esa potencia teóricamente desaparecida no sólo en la Comarca de Tentudía, provincia de Badajoz, sino en Extremadura entera?
En todo Fuente de Cantos nadie había considerado viable el proyecto más que don José María Sánchez, ex coronel del Tercio. Cuando le comentó la idea en la terraza del Salas, expresó sin reservas su aprobación:
-¡Ah, la Santa Rusia! ¡La verdadera! ¡La Fuerza Que Lo Retiene!
-¿Que retiene a quién? -había preguntado El Camarada, jovial reliquia del marxismo-leninismo que le hacía las veces de guardaespaldas.
-¿A quién va a ser? ¡Al Antricristo, coño! ¿Es que no lees a los Padres de la Iglesia?
-Yo leo a Lenin, don José María. Con todo respeto, ese es mi santo de cabecera.
El embajador apuró el café y, ya la niebla empezando a disiparse, salió a la azotea a echar su primer pitillo mañanero mientras se sentía arropado por la raga de Ravi Shankar que su mujer escuchaba siempre en la ducha, donde se había metido nada más servirle el desayuno. Se dijo que no era nada disparatada la sugerencia de don José María. Y es que éste se había acordado de unas viejas instalaciones comprendidas dentro de la finca propiedad de la familia Sousa, en la vecina Calzadilla de la Cuesta, utilizadas como aeródromo por ambos bandos durante la guerra civil y ahora en desuso. ¿No podrían recuperarse y servir para la apertura allí de una terminal de Aeroflot? O bueno, de la Aviación Imperial rusa. Con ese pequeño aeropuerto en activo, al que convendría bautizar con el nombre de Nicolás II, la embajada, desde luego, no viviría tan aislada.
Sonaron las nueve en el campanario de la iglesia. A las doce, recordó, vendría Modesto a instalar la alarma que le había encargado. Porque, ¿dónde se había visto un consulado sin alarma? Modesto, hombre en cuya palabra se podía confiar, le había dado todas las garantías de que el ingenio electrónico no podía de ningún modo haber sido pinchado con dispositivos de escucha por los secuaces de Biden, Putin o Iglesias. ¡Cuánto se equivocaban éstos, por cierto, al considerar que la Rusia zarista ya no entrañaba peligro alguno en la lucha de las potencias por la hegemonía mundial!
Entre calada y calada, siguió pensando en la correspondencia recibida y en cómo Pepe Rebolledo, el antiguo cartero del pueblo, jubilado ya y ahora al frente del Centro Meteorológico, había expresado, al sostener en sus manos el número anterior de La Puerta, una certera opinión:
-Que esta revista siga saliendo pese al golpe que ha pegado el coronavirus a las editoriales, provocando la quiebra de tantas, es un milagro. ¡No tiene uno más remedio que creer en la alquimia!
Del mismo parecer era Paco El Largo, gran cazador y aficionado a los toros que no faltaba a ninguna de las corridas ofrecidas, ya en vivo o en diferido, por el plasma del Salas: la alquimia, tan cara al equipo editor de la singular publicación, debía por fuerza de tener algo que ver con su supervivencia.
Sin duda Pepe, decantado más hacia los misterios del cielo que hacia los de los metales y que era todo un águila escrutando el firmamento, cuando viera el óleo reproducido en el nuevo número, titulado por Cattiaux La tumba de Virgilio, no tardaría en detectar y resaltar las concomitancias a señalar entre el autor de La Eneida y los astronautas errantes por el espacio. Pocos eran en Fuente de Cantos tan conscientes como él de la importancia del reciente transporte de arena y rocas lunares a la tierra por la sonda china Chang´e 5, misión que nadie había cumplido desde hacía cuatro décadas. Y nadie en el pueblo estaría al tanto de los comunicados emitidos por las agencias espaciales china e india de no publicarlos él en un boletín semanal que imprimía en la papelería de Manolo Ágora y repartía por los bares, restaurantes y tiendas más concurridas. En Fuente de Cantos nadie vivía bajo el temor de poder ser alcanzado por un meteorito mientras tapeaba en la terraza de La Venta del Gato, el Vicenta o el Karnero, pues allí estaba Pepe para alertar del peligro si hiciese falta.
Advirtió entonces el embajador, al entrar para atender las tareas del día en su despacho presidido por el retrato de Nicolás II, que el fax empezaba a imprimir un folio con un mensaje remitido desde el consulado de Tíbet en Bienvenida, una representación diplomática oficiosa, pues aún andaba a la espera del refrendo de sus credenciales por el Gobierno de Tíbet en el Exilio, pero que él consideraba totalmente legítima. Él y el cónsul, Javier Viñuelas, utilizaban como vía de comunicación regular el fax, por tratarse de una línea que ya ningún servicio de espionaje se molestaba en monitorizar.
Tras descifrar la misiva, quedó atónito. Viñuelas le informaba de la existencia de razonables sospechas de que el cartero pudiera ser un agente al servicio de Pekín. Al embajador le pareció dudoso. Según la tradición de Fuente de Cantos, era el anterior cartero quien designaba a su sucesor tras consultar al principal oráculo local, Cuquita, quien, sobre el mostrador de su estanco y tras concentrarse mucho, leía una tirada de tarot y emitía un dictamen al respecto. Cumplido el rito, Pepe había procedido a señalar a quien desde entonces cumplía con los deberes de su antigua función. Era cierto, pensó el embajador, que la última elección había suscitado sorpresa, pues el afortunado no era nadie del pueblo, sino un tío que vivía en Burgos, y hasta allá hubo que ir a buscarlo y a convencerle de que aceptara el puesto, como si de la reencarnación de un lama se tratara.
Pero, más allá de ese inconveniente, nada indicaba que Cuquita pudiera ser una agente a las órdenes de China y su oráculo se debiera, pues, considerar viciado. El embajador sospechaba que Viñuelas vivía, quizá, un tanto obsesionado con las intrigas de la Ciudad Prohibida, que no reconocía en la ONU a Tíbet ni muchísimo menos a la Rusia zarista. Pero tampoco Antonio, alcalde de Bienvenida, había reconocido status diplomático oficial al consulado de Tíbet, ni Carmen, alcaldesa fuentecanteña, a la embajada zarista, sin significar ello, a su juicio, que uno u otra trabajasen a sueldo del PC chino.
De cualquier modo, Viñuelas daba a menudo en el clavo con sus intuiciones, por lo que, tras buscar respuesta al enigma en la mirada azul del Zar, donde no la halló, clavó el mensaje con una chincheta en el tablón de corcho. ¡Así no se le olvidaría el tema!
[1] Todas las alusiones a personas reales, incluidas las conocidas por todos en España o el extranjero, son ficticias.