Edogawa Ranpo
24 de enero de 2021Lecturas totales 1,154 , Lecturas hoy 1
EL EXTRAÑO CASO DE LA ISLA PANORAMA
Edogawa Ranpo
Satori (Gijón, 2016)
LA MIRADA PERVERSA
Edogawa Ranpo
Satori (Gijón, 2016)
Edogawa Ranpo, seudónimo escogido por Hirai Taro (1894-1965) por motivos eufónicos, su pronunciación en japonés se asemeja a “Edgar Alan Poe”, fue un prolífico escritor nipón al que muchos consideran con justicia fundador de la literatura policial en aquellas lejanas tierras. Satori, con el exquisito cuidado que pone tanto en las traducciones como en la presentación estética, nos obsequia con dos libros significativos dentro de su vasta producción, de la cual una parte nada desdeñable ha sido llevada al cine o al manga. Nos referimos a la novela, El extraño caso de la isla Panorama, y a la antología de relatos: La mirada perversa.
Ranpo que cambió drásticamente de registro literario tras la guerra y la ocupación norteamericana, fue autor de numerosas historias de misterio plenas de una fascinante y ágil perversidad; es considerado maestro en el género “erótico-grotesco-absurdo” denominado en Japón: “ero-gro-nonsense” o “ero-guro-nansensu”. El lector encontrará información fidedigna y extensa sobre el autor, tanto en el excelente estudio de Jesús Palacios consignado al final de la novela como en los apéndices que el traductor Daniel Aguilar adjunta a la antología citada.
En cualquier caso destacar que tras la guerra abandonó sus estilemas surrealistas y crueles procedentes, sin duda, de la influencia occidental contenida en el decadentismo y las “vanguardias” de principios del siglo XX, de ambos movimientos artísticos fueron ávidos consumidores los nipones, para iniciar una etapa, como fundador de la Asociación de Escritores de Misterio de Japón, de ensayismo promotor de la literatura criminal. Durante esta última fase destacar su consagración anexa a la literatura infantil y juvenil con la creación del investigador Kogoro Akechi y el Club de los Chicos detectives.
El extraño caso de la isla Panorama, publicada en 1926 y de la cual hay una excelente versión en manga realizada por Suehiro Maruo, es una novela que aunque esté escrita al estilo de los “pulp” de la época (lo cual visto lo que ha llovido sobre nosotros desde entonces enmascarado como cultura popular de masas, constituye una bendición para el lector actual) resulta ser, a mi juicio, una cruda y exacta alegoría del malestar en la cultura que en aquella época generaba ya la concreción del pensamiento utópico en la vida de las gentes; manifiesto en los totalitarismos: comunista, fascista y democrático. Vectores los tres del cientifismo y la tecnocracia, condiciones básicas de emergencia de lo distópico. Antecesora sin duda de obras como Plan de evasión (1945) o La invención de Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares.
Un artista frustrado (arquetipo sin duda de los mangantes de las aún veneradas “vanguardias”) deviene impostor, desde el punto de vista de la ley positiva, al sustituir a un millonario al que se asemeja físicamente de manera milagrosa y que ha fallecido recientemente. Con la fortuna adquirida pone en marcha la realización de su sueño: la construcción, en una isla remota, de una utopía escópica inspirada en la precinematografía dieciochesca de los “panoramas”. Los únicos obstáculos: la viuda del fallecido, de quien nuestro antihéroe se enamora y con la que vive un romance pleno de estupefacción y crueldad sadomasoquista, y el sempiterno e ingobernable azar…La trama está repleta de personajes extremos, situaciones truculentas o macabras y descripciones fantasmagóricas e inquietantes.
Demiurgia inspirada y obscena que culminará en catástrofe, alegoriza el colapso de los proyectos vanguardistas que asolaron (y continúan devastando), desde la arquitectura y la política, el mundo civilizado. Su culminación: los totalitarismos nazi y comunista, ya fenecidos afortunadamente y el, en trance aún de manifestar sus peores consecuencias y también perecer, leviatanesco proyecto “democrático” global. Donde se confunden el deseo prometéico, frenéticamente nihilista y enfermizo, de reformar la Naturaleza en función de un narcisismo pueril con la tergiversación del mundo interior, vehículada por la manipulación de los símbolos con finalidades demiúrgicas y propagandísticas, realizada en el imaginario por decadentistas y vanguardistas en el quicio entre los dos siglos que precedieron al actual.
Las tres etapas de la pesadilla utópica: 1 suplantación de las autoridades legítimas; 2 demiurgia cientifista desoladora, artificiosa y brutal y 3 catástrofe inevitable. Estamos entrando, aquí y ahora, en Accidente en esta fase terminal.