Érase una vez la quinta columna
13 de diciembre de 2020Lecturas totales 1,803 , Lecturas hoy 1
Joaquín Albaicín
Antes de saltar del camión en el que, en su huida hacia Figueras, los hombres del servicio secreto republicano transportaban a una remesa de presos con el propósito de usarlos como escudo para, luego, fusilarlos antes de ponerse a salvo tras la frontera gala, Joaquín Jiménez de Anta, capitán del ejército y número dos de la Quinta Columna, hizo al Cielo una promesa. Si lograba huir, vestiría de negro toda su vida excepto los domingos, en que lo haría de blanco. Como lo consiguió, no le cupo más remedio que cumplir lo prometido.
Es uno de los personajes importantes del libro dedicado por Alberto Laguna Reyes y Antonio Vargas Márquez a quienes, durante la guerra civil y en la retaguardia madrileña, se consagraron a la causa de ocultar y ayudar a los perseguidos y amenazados de muerte por las milicias del régimen y, también, a la de pasar cuanta información pudiera resultar útil a las tropas que sitiaban la ciudad. Como toda historia de espionaje y de gente acorralada que lucha por su vida, La Quinta Columna (La Esfera de los Libros) es un desfile de temperamentos valientes, traidores de nota, sádicos en su salsa, mujeres de pisada fuerte e individuos dudosos, tan abundantes todos ellos en esos tiempos interesantes de los que, según el proverbio chino, es conveniente pedir a Dios que nos libre.
La Quinta Columna ofrece un retrato casi robot de los héroes y heroínas del espionaje nacional, pero armado con los suficientes datos para proveernos de perfiles aventureros que nos subyugan. La mente vuela y uno hubiera querido hallarse cerca en el momento en que, detenida cuando intentaba ayudar a esconderse en una embajada al cuñado de Julián Marías, María Paz Martínez Unciti iba a ser ejecutada de un tiro en la nuca, en un descampado y de madrugada… y poder surgir de las sombras como un antihéroe de Pérez-Reverte para, tras dar cuenta de los chequistas, rescatar a la chica. Y, hablando ya como escritor, qué magnífico hubiera sido poder estar presente, siquiera como convidado de piedra, en la embajada de Turquía donde se refugiaron los dos jefes de la Quinta Columna y estar ahí, con ellos y con la Condesa del Vado y el resto de asilados, escuchando la radio de Salamanca, jugando al cinquillo o elaborando las listas de torturadores y asesinos de que debían disponer los franquistas cuando ganaran la guerra. Cierra uno los ojos y cree ver andando, asomándose a las ventanas y fumando por allí a Ronald Colman, Melvyn Douglas, Greta Garbo, Joseph Cotten o Hedy Lamarr, por supuesto que en blanco y negro o en un magnífico technicolor primerizo. Parecida francachela había liada en la embajada de Finlandia, también en la calle Zurbano y, como la turca, asaltada por los chequistas en un acto de dudosa legalidad.
¿Qué escritor no hubiera querido poder frecuentar el Café Ivory, en Alcalá con Cedaceros, o el Europeo de la Glorieta de Bilbao, y observar a prudente distancia tanto a los quintacolumnistas que los frecuentaban como a los confidentes y agentes republicanos que les seguían los pasos? No en vano aquellos falangistas acosados, oficiales escondidos y profesores, tenderos y médicos atemorizados contaban con partidarios y cómplices en los ministerios, los sindicatos, el ejército, los partidos, los economatos, las fábricas y hasta en el Estado Mayor del general Miaja. Incluso el médico de cabecera del coronel Casado formaba parte de la Quinta Columna. Fue la Quinta Columna, de hecho, quien gestionó con Besteiro y Casado la entrega de Madrid, una negociación con un Franco por lo general poco dado a la clemencia en la que el anciano socialista pagaría en cierto modo el pato de las ambigüedades, las vacilaciones y el amor propio de Casado.
La hermana de la antedicha María Paz, Carmina, con ayuda de una amiga comunista indignada por su asesinato, fundó la red Auxilio Azul, un operativo secreto de mujeres falangistas cuya existencia jamás fue descubierta por las autoridades y que llegó a organizar misas de tapadillo de hasta quinientas personas en una lechería de la calle Velázquez. Otro personaje de novela: Andrés Révesz, judío húngaro, articulista prominente de ABC -del que fue depurado el 18 de julio- y urdidor por orden de Budapest de una telaraña de espías que debía informar sobre los húngaros alistados en las Brigadas Internacionales. De ella formaban parte, entre otros, un púgil de lucha libre a la par que empleado en la Biblioteca Nacional, un camarero también húngaro del Ivory y el inevitable falso aristócrata que nunca falta entre camaleones. Y, ¿qué fue de Carmen Cabezuelo, novia del poeta José María Alfaro, desaparecida para siempre en el pozo negro de las checas madrileñas manejadas por los Billy El Niño de la II República? Causa escalofríos imaginarlo.
Más gente. Juan Tebar Carrasco, interesante personaje que había recalado en la Falange tras pasar por el teosofismo antes de acabar infiltrado en la CNT, desde la que puso en pie un entramado de enlaces y a quien los implacables jueces y censores de una posguerra en que había que cogérsela con papel de fumar tardaron en dejar en paz, acusándole formalmente de espiritista, jugador y perseguidor sin fundamento de masones (¡!)… probablemente por destapar el pasado de franquistas que sí que lo habían sido. Aparece Manuel Gutiérrez Mellado, el Guti que llegaría a vicepresidente del Gobierno con Adolfo Suárez. Y José Banús, el prominente promotor inmobiliario. Y falangistas o derechistas como Alberto Castilla o Pablo Moreno Argüelles, abocados por el miedo, el chantaje o el dinero a infiltrarse como traidores entre los suyos. Añádase a una quintacolumnista que, al final de la guerra, huye a Francia para casarse con uno de sus carceleros, pues nunca falta un roto para un descosido.
Tras leer con placer esta obra, subtitulada La guerra clandestina tras las líneas republicanas. 1936-1939, nos encantaría conocer también el otro lado del espejo, es decir, a los quintacolumnistas que, en la sombra, actuaron en favor de la causa republicana desde territorio franquista, que imagino que debió de haberlos. Y con historia no menos movida que la de los de la retaguardia madrileña y barcelonesa. A la espera quedamos.