Fandangos a Bonifacio

7 de junio de 2020 0 Por Ángulo_muerto
Spread the love

Lecturas totales 974 , Lecturas hoy 1 

 

Joaquín Albaicín

 

 

  Guillermo Cabrera Infante tenía un amigo en La Habana que creía en ovnis, en oleadas de naves extraterrestres que nos visitaban, y le llevaba a veces, por la noche, a mirar las estrellas desde el Malecón por si acaso veían alguna. Lo evoca en esa novela –Mapa dibujado por un espía– donde cuenta cómo, cuando la nomenklatura le ordenó abandonar por unos días su destino diplomático en Bruselas y personarse en la isla, aprovechó para poner los cuernos a mansalva a Miriam Gómez entre visita y visita a los burócratas. Eso de los ovnis en Cuba se entiende enmarcándolo en el contexto de las campañas orquestadas para promocionar allí a sus cosmonautas por Moscú, que incluso metió a un cubano -Arnaldo Tamayo- en una Soyuz y lo mandó al espacio. Hoy hay mucho astronauta y científico que dice creer en las incursiones de los alienígenas, pero todos, seamos sinceros, son gente que espera obtener de esas declaraciones tan optimistas la renovación de las partidas financieras que les permitan proseguir con su alto tren de vida.

  Pasa lo mismo con la industria del rejuvenecimiento, que persigue prolongar la longevidad al tiempo que combatir la decrepitud que la acompaña. Interesado en el asunto y deseoso como estoy de ponerme en manos de sus especialistas punteros, admito que me suscita ciertas suspicacias el hecho de que, a tenor de lo que cuentan en las entrevistas, los sabios en cuestión estén siempre haciendo grandes progresos, pero esos avances no parezcan hallar traducción en su aspecto físico. En cada entrevista aparecen más canosos, más achacosos y, en fin, más viejos que en la anterior. A espera de cosas más concretas, me identifico desde luego plenamente con la consigna lanzada en el documental protagonizado por el más famoso de estos gurúes, Aubrey De Grey: “Vive para siempre… o muere intentándolo!” ¡En eso andamos!

  Lo que a menudo no envejece son los recuerdos. Me acuerdo, por ejemplo, como si lo hubiera visto ayer de Bonifacio Alfonso, gran pintor, ex novillero herido en El Chofre, bohemio a prueba de copas, amigo de los Maya y de Juan Correa, cliente de Viña P, la Alemana y Casa Patas que me regaló una máscara africana y a quien ha homenajeado en un toque por fandangos Melón Jiménez, que acaba de sacar disco –El sonido de los colores– y a quien habíamos escuchado antes en tándem por bulerías con el sitar de Anoushka Shankar y también en Flamenco On Fire, acompañando a Kiki Morente en una de esas noches de gloria y estrellas en el Tres Reyes. El toque de Melón nos retrotrae a aquellas noches sin fin en Candela junto a, entre otros, su padre, el también guitarrista jerezano Miguel Jiménez, íntimo de El Bola, a su vez también muy amigo de Bonifacio.

  ¿Qué, si no una tarta sin azúcar, es una vida sin reminiscencias? No puede uno acordarse de todo, claro. ¿Cuántos, por ejemplo, nos acordamos de que hace un tiempo se pensó en Mickey Rourke para dar vida en el cine a Manuel Benítez El Cordobés? ¿Cuántos, en el trance de haber de encarnar en una cabalgata a uno de los Reyes Magos, se acuerdan de que, como subrayaba hace poco Fernando Valbuena, articulista del rotativo cacereño El Periódico, conviene ceñirse un buen pañal antes de subir a la carroza? ¿Cuántos se acuerdan de cuando, allá por 1908, Scriabin, compositor de una sinfonía para ser interpretada el día del Fin del Mundo, osó pasear por París sin sombrero a fin de provocar un escándalo mayúsculo? ¡Eso sí que fue anticipar el apocalipsis! El Ayuntamiento de Sevilla, cuando ha ordenado sacar del banco el Tesoro del Carambolo, ¿ha reparado en que, hoy en día, en las sucursales al cliente se le despacha diciéndole que salga él mismo a sacar lo que quiera a través del cajero, si es que no le mandan a tomar por saco?

  Vámonos ahora a León, donde en la torre de su Basílica de San Isidoro la veleta es un gallo que se creía de oro y en cuyo interior se descubrió que había tierra y polen del Golfo Pérsico, como es propio de una pieza del tiempo de Cosroes, del Irán preislámico. Pero, ¿cuánta gente en León venera la memoria de este rey, tan relacionado con el mito del Santo Grial? De igual modo, ¿quién se acuerda de la notable conferencia pronunciada en 1959 en el Ritz de Barcelona por René Escaich, abogado de los tribunales de París, defendiendo la autenticidad de la mujer que aseveraba ser la Gran Duquesa Anastasia, superviviente de la matanza de la Familia Imperial rusa por los bolcheviques? ¿O de la que vino a dar tres años antes Marlene Dietrich en el Ateneo de Madrid? ¿O de la misa encargada por Dalí en Figueras por el eterno descanso de Jimi Hendrix, celebrada aun pese a que no acudió nadie? ¿O de que las legiones de Calígula libraron una victoriosa batalla contra Neptuno, arramplando como botín con kilos y kilos de conchas y caracolas? ¡No somos nadie!

  Recordemos, recordemos… No es tan difícil. ¡Ah, Bonifacio! El sonido de los colores de Melón Jiménez acaso sea el bodegón que él no llegó a pintar, una bandeja de fruta cortada y transmutada en naturaleza viva. Quizá pronto los álbumes de guitarra flamenca se expongan en las galerías de pintura, ya que apenas sí se venden en las pocas tiendas de discos que sobreviven y su salida a la calle viene a constituir más un acto íntimo que una celebración social, y en la Marlborough o en la Moriarty de Borja Casani se exhiban en un mañana próximo la soleá o la bulería de Melón, los frescos de este disco en que quiere hacernos evocar a Dalí y otros pintores de su gusto. Vamos a escucharlo y vamos a vivir de recuerdos, porque en estos tiempos de lobotomía espiritual se impone dar marcha atrás y en ellas, en las evocaciones, reside el único futuro que nadie puede robarnos..