Novedades desde Benarés

7 de marzo de 2020 0 Por Ángulo_muerto
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Joaquín Albaicín

 

  Gracias a la conexión en tiempo real facilitada por la web de ISRO, la agencia espacial india, pudimos este verano seguir codo con codo con el Primer Ministro Narendra Modi la marcha hacia la Luna y el intento de posarse en su superficie del robot de exploración Vikram. En el porche de un chalet de Conil, iluminados por el resplandor de nuestro satélite en su fase de plenitud, allí, en la pantalla del ordenador, estaba con nosotros y como uno más Modi. Casi, casi nos podíamos saludar. Y volvimos a sentirnos, claro, un poco en India.

  Fue en 1998, durante nuestra cuarta y más prolongada estancia en Benarés, cuando conocimos tanto a Óscar Pujol como a Álvaro Enterría. Viene a cuento la mención de ambos porque en los últimos tiempos han aparecido aquí varios libros en torno a cuestiones indias e hindúes y de dos son ellos los autores. Óscar llevaba en aquellos días, que tan cercanos nos siguen pareciendo, mucho tiempo inmerso en la composición de su diccionario sánscrito-catalán, del que ahora ha visto la luz editorial una variante que disfrutará, seguro, de mucho más recorrido: el diccionario sánscrito-español. En cuanto a Álvaro, era ya la cabeza visible de Índica Books, asociada desde hace unos años con Olañeta. Autor de La India por dentro, publica Álvaro ahora en esta editorial bicéfala como el águila de los Zares El tiempo y la historia, breve y esclarecedor ensayo sobre la relación del hombre con dichas categorías en el mundo hindú, deteniéndose en especial en los ciclos cósmicos y en las condiciones imperantes bajo el Kali Yuga. “De esta concepción cíclica resulta”, leemos, “que todos los principios, así como todos los finales, son relativos. No hay un Génesis ni un fin del mundo en el hinduismo. La perfección y su inevitable decadencia, como la aurora y la noche, se encuentran tanto detrás como delante de nosotros”. Se comprende, así, perfectamente que la expresión del rostro de Modi apenas mudara a lo largo de la prolongada espera del alunizaje, como tampoco cuando se perdió el contacto con la sonda y se marchó del centro de mando sin recibir la ya imposible felicitación por el éxito de la misión. ¡En otro ciclo cósmico será!

  A Jesús Aguado lo conocí también por la misma época, mas -por alguna razón- no en Benarés, donde vivía pero de donde, quizá, estuvo ausente durante mi estadía, sino en Madrid, pues allí puso de largo en el Café Manuela, meses después de mi regreso, una antología de poesía devocional india compilada por él, ocasión para ser presentados por Álvaro a la vez que a Chicho Sánchez Ferlosio le daba por cantiñearme al oído la letra de una rumba de que era autor. La Pre-Textos de Manuel Borrás reedita ahora su Benarés, India, cuaderno de reflexiones hilado a base de selecciones de su diario y que nos devuelve a fogonazos estampas, encuentros y cruces de caminos de nuestras propias vivencias benaresíes: cómics con dioses como protagonistas, vacas que te saludan educadamente al cruzarse contigo, monos en absoluta libertad, desamores, sonrisas precristianas, cometas al vuelo, té en las escalinatas del río, el templo que antes de partir ha de visitarse para poder dejar la ciudad, punzadas de sitar, óleos de Roerich, barqueros trasuntos de Caronte, santuarios por todas partes, campanas, saris, películas cuyas estrellas eran entonces Manisha Koirala Sridevi, masajes en los pies de las estatuas de los dioses (“El dios está cansado, pero sus devotos se encargan de aliviarle”)… y la niebla planeando como el Espíritu de Dios sobre la superficie de las aguas del Ganges, que la que esta mañana campa por sus respetos en mi pueblo extremeño me ayuda ahora a evocar.

  Benarés, India es el diario del poeta llegado al solar de Shiva -como escribe a María Zambrano– del brazo de una mujer con “un cuerpo en forma por la práctica del yoga” y equipado con esa “relación tramposa con la verdad” que nos lastra a todos para, en una ciudad que, a primera vista, “lo convierte todo en metáfora”, terminar descubriendo una urbe que, en realidad, “hace inútiles las metáforas” y “no quiere que se la interprete, sino que se la habite”.

  Volviendo al arranque de esta columna, tanto Pujol -de nuevo al frente del Instituto Cervantes de Delhi- como Enterría son dos de las firmas presentes también en el índice del segundo número de Veda Darshana, la revista de la Federación Hindú de España presidida por Juan Carlos Ramchandani, grata al tacto y a la inteligencia y cuyo índice incluye una entrevista a Swami Rameshwarananda Giri sobre la comprensión y percepción de la muerte en la India antigua y de hoy. La Federación Hindú de España cifra en unos cincuenta mil los practicantes del hinduismo en la piel de toro, contando entre ellos a unos quince mil pertenecientes a familias europeas que, de un modo u otro, se han vinculado estrechamente a esta tradición. Profundamente molestos ante el creciente proceso de desacralización del yoga trasplantado a Occidente, su objetivo principal, como quienes aguardan a ver si -como a Jesús Aguado- les sonríe la suerte de avistar un delfín en el Ganges, es a día de hoy convencer al Gobierno español de la existencia de ese “notorio arraigo” exigido por las leyes para obtener un reconocimiento oficial similar al de otras religiones en un país donde Izquierda Unida ha sido recompensada con una cartera ministerial cuando, probablemente, no le sean anotables ni esos cincuenta mil “votos” con que cuenta el hinduismo. De hecho, muchas familias hindúes -como la del propio Ramchandani- viven permanentemente en Ceuta desde hace más de un siglo.

  En Ceuta toreó en 1946 mi abuelo mano a mano con Pepe Luis Vázquez, triunfando los dos además de Conchita Cintrón a caballo, y va a ser cosa de dejarse caer por allí, donde además el dios Ganesha disfruta de paso franco a la iglesia de Nuestra Señora de África. Todo se andará, como se andará lo -ya bien andado, la verdad- del notorio arraigo. O eso espero…