Entonaré mis cantos para responder a los tuyos

Entonaré mis cantos para responder a los tuyos

7 de diciembre de 2018 0 Por Ángulo_muerto
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Frank G. Rubio

 

ENTONARÉ MIS CANTOS PARA RESPONDER A LOS TUYOS

Fernando García Caro

EDINEXUS Marbella 2017

 

 

 

 

Me refiero a que no se trata de un orden espontáneo, que se manifiesta continuamente en lo que entendemos por realidad, sino de un orden intencionado. “Secreto” tiene en griego la misma raíz que misterio y desde luego la dinámica que las impulsa está envuelta en un misterio del que es poco lo que ha podido desentrañarse. Las sincronicidades, como sostiene David F. Peat, representan una grieta en la estructura de la realidad que nos hablan de la existencia de un mundo distinto.

Fernando García Caro.

 

 

   

   Con esta cita, extraída de la entrevista que con ocasión de la publicación de su obra Escríbeme si puedes (2012, EDINEXUS), llamarla “ensayo” le hice saber al autor en su momento que me parecía poco adecuado, iniciamos esta crítica de la nueva obra que no sólo incide y completa sino que también en gran medida transmuta la anterior. Algún día, tras la publicación del tercer y definitivo volumen, espero decida convertirla en novela; es decir en canción. Para los lectores que no hayan leído el libro citado resumo algunos aspectos básicos para la comprensión de esta reseña, que tiene en gran medida la finalidad de recomendar la lectura de ambos trabajos dotados a mi juicio de un extraordinario interés. Retomo la entrevista y utilizo para ello, con muy ligeras variantes  las palabras de su autor:

 

   Conocí a Sandra Mozarowsky en la primavera de 1972 y mantuvimos un sencillo noviazgo durante mi primer año de carrera, el curso 73-74, en el que ella todavía transitaba por la pista de rodadura de su breve carrera cinematográfica que poco después adquiriría una velocidad vertiginosa. La tarde que nos conocimos, al momento de despedirnos, sintió un impulso repentino por hacerse con el reloj que llevaba en mi muñeca. Un reloj de lo más corriente pero que a mí me gustaba. Me lo pidió prestado y se lo presté. Poco más de cinco años más tarde, una noche del mes de agosto, tuve un insignificante accidente mientras aparcaba una motocicleta. Los daños se limitaron a que la esfera del reloj se trizase al golpearse contra el suelo y se detuviese para siempre su tic tac. A esas horas Sandra tuvo el accidente que la llevaba a golpearse contra el suelo y acabaría con su vida unos días más tarde. Desde muy pronto estos hechos me imprimieron la sensación de no encontrarme frente a una casualidad. De esta forma tan elemental y por este camino insondable, emergió ante mis ojos una demostración de la existencia de un conocimiento absoluto que se encarnaba en un reloj que parecía saber algo que no podía saberse, la duración exacta de la vida de Sandra. Pasaría mucho tiempo hasta que comenzase a investigar  este episodio y diese con  las sincronicidades de las que habla Jung y esto me permitiese alcanzar cierto conocimiento de lo que entonces me sucedió. Incluso me atrevo a asegurar que he llegado a desvelar el mensaje personal encerrado en estos acontecimientos de tintes trágicos. 

 

   Sandra Mozarowsky nació en Tánger en 1958 y falleció en Madrid en 1977 en circunstancias poco claras, no llegando pues a cumplir los 20 años, que han generado numerosas especulaciones, muchas de ellas delirantes, que el tercer libro de la trilogía, ya en camino, seguramente ayudará a desvelar. Inició su carrera cinematográfica a temprana edad, con diez años, en el film de Pedro LazagaEl otro árbol de Guernica (1969) Trabajó, aparte de como “Lolita” en varias películas de destape, un género característico de nuestra Transición, en algunos filmes bastante meritorios vinculados al género terrorífico como puedan ser: La noche de las gaviotas de Amando de Ossorio (1976), El mariscal del infierno de Leon Klimovsky (1974), donde actuó como “chica sacrificada” (de este modo se refiere a ella IMDB), Beatriz de Gonzalo Suárez (1976) y Los ojos azules de la muñeca rota de Carlos Aured (1974). 

   Diversas situaciones vitales que se suceden en la vida del autor, mas allá de las dos citadas relacionadas con el reloj: una de ellas de extraña intensidad, desarrollada en 1989 colocando un libro en el hueco de una estantería y a la que no duda en calificar de “juicio severo”, junto con, entre otras, la grabación de una canción en el 2006 o la lorquiana inscripción en la lápida de Sandra, provocan un exacerbado acto poético de creación del cual es producto este libro extraordinario, erudito y ameno a la vez, donde se reflexiona sobre la tragedia griega y el nacimiento de la música y el carácter mediador con el más allá de las canciones populares. Como voces dadas en el confín de los dos mundos. Todo ello bien enjalbegado con una muy interesante hipótesis sobre las sincronicidades que recurre al lenguaje sobre los arquetipos, procedente de Jung, y la teoría sobre la “onda piloto” originada en la física cuántica.

   Tiene poco sentido desvelar la trama o resumir contenidos porque gran parte del interés del texto se sitúa en el despliegue de sus razonamientos encadenados de manera rigurosa y sutil. Señalar que el libro tiene una muy interesante lectura en la medida que lo leamos también como una reflexión sobre la conciencia. La conciencia en sí misma consiste en experiencias y reflexiones sobre las experiencias. Las sincronicidades son consideradas en él como experiencias místicas minimalistas y el amor mapearía la conciencia siendo su conservación presuntamente ilimitada a lo largo  y ancho del tiempo un motivo de conectividad permanente.

   En el modo de sombra: la inmolación sacrificial de las vírgenes, que se encuentra en numerosas tradiciones arcaicas.

 

Tu juras llamarte Sandra y ser de Sebastopol…