¡Españoles! Franco no ha muerto

5 de diciembre de 2018 0 Por Ángulo_muerto
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Joaquín Albaicín

 

  Nunca te acostarás sin haber aprendido una cosa nueva. “Hoy los héroes son las máquinas, los drones, los satélites. Los héroes se han olvidado, debido a que no existen las batallas cuerpo a cuerpo”, declaraba hace poco -lo leo ahora- y al diario pacense Hoy la historiadora del arte Rosa María Perales Piquerés. Y lleva razón. Ante tal panorama bélico, virtual y gracias, ¿qué sentido tendría hoy arremangarse y meter el pulgar por el hueco de la paleta para pintar una batalla? Una librada en nuestros días, queremos decir… Porque, ¿qué reflejaría el pintor sobre el lienzo? ¿Qué emoción podría pulsar en el coleccionista la imagen al óleo de la pantalla de un ordenador con las coordenadas de un objetivo en el momento de ser transmitidas al dron encargado de pulverizarlo?

  En 2018, el resultado de toda guerra se dirime ya con las herramientas de los titanes que, en la reflexión jüngeriana, reemplazaron a los dioses y a los héroes y son ahora los guías del destino bélico o pacífico común, nuevos detentadores del poder que pretenden pasar por filántropos cuando -Jünger dixit– “es otro el papel que se les ha asignado”, pues no están ahí, en efecto, porque deban, sino porque les ha sido encargado estar o hacer como que están… Por eso son titanes con rictus de buen rollo, nada ceñudos.

  ¡Qué distintas eran las cosas en los siglos XII y XIII, que registraron el avance del Pequeño Egipto hacia Occidente, la expansión de los ejércitos mongoles y las primeras lecturas de la Carta del Preste Juan!

  Me ha recordado lo de Perales Piquerés a una observación también pictórica de Martin Lings en el sentido de que los hombres de la Antigüedad y de la Edad Media no sentían apuro ni perplejidad alguna al representar en sus pinturas a los ángeles, los dioses y demás habitantes del Cielo ataviados con las vestimentas propias de su época. Y no había problema ni la cosa suscitaba incredulidad por razón de que las vestimentas tradicionales tenían un sentido, no estaban desprovistas de significado, y el hombre del Medioevo podía leer en los colores, las costuras, los gorros o su ausencia quién era quién y qué. Ahora, ¿qué efecto, salvo el de la risa o la más absoluta extrañeza, produciría representar a Jesucristo con corbata, al Arcángel Gabriel con pantalones de pinzas o a la diosa Isis con minifalda y blusa con hombreras? Es, este de Lings, un buen ejemplo de lo poco o nada que la humanidad occidental de hoy tiene que ver con el Cielo y de cómo la pérdida de significados y sentidos ha inundado todo. Lo malo es que da que pensar…

  Pero así va todo. No son sólo la guerra y la pintura las afectadas por la carcoma. De hecho, ¿qué justicia podría razonablemente esperarse de los tribunales en un país donde los certámenes de belleza femenina los gana un hombre y la gente lo ve normal? ¿Qué? ¿Cómo dice? ¿Mande? ¿Que es que el del concurso ya no es un hombre? ¿Que ahora es una mujer, que es que se ha operado…? Perdónenme que les diga: yo también quisiera cantar como Camarón, pero no por ello me implanto una gramola con discos suyos en la garganta ni nadie, en caso de pasar yo por el quirófano para ser sometido a semejante descuartizamiento, me consideraría Camarón por ello.

  Así lo veo yo. A veces, quieren algunos dárselas tanto de sutiles que su sutileza deviene disparate. En la línea de los organizadores de concursos de misses, un cocinero famoso asegura que cada receta suya cuenta una historia que se capta o no, como pasa con las películas y, parece ser, también con eso de si se es mujer o no, y que ha retirado a veces platos de la carta porque aquí la gente no está intelectualmente preparada para comérselos, un poco como yo no lo estoy para confundir a un periodista croata con una mujer. Me pregunto si no se referirá el cocinero, con lo del intelecto, a que deberíamos comer mucho más -o mucho menos- sesos de cordero, no sé. Menos mal que, en contrapartida, leo al poco las declaraciones de otro chef entorchado con tres estrellas Michelín -Ángel León- que dice: “Para ser buen cocinero uno tiene que ser feliz dando de comer a los demás, y punto. A partir de ahí, todo sobra, esa es la base”.

  ¡Pues claro! Lo subrayable y un mucho inquietante es que haya cosas esenciales que desaparezcan -los héroes, mismamente- en tanto la tontería o las menudencias sobredimensionadas son temidas por el tiempo más que las pirámides. Así pues, en cierto sentido nada cambia de no ser a peor y, si escuchamos y leemos cada día en los medios tanta bobada, quizá sea por tan sencilla cosa como que millones de personas no se han leído bien el guión y -dicho sea sin afán de quitar el sitio al cocinero intelectual- viven en la ignorancia de que el franquismo no ha desaparecido -al menos, en sus aspectos más castizos- y no caen en que es justo para mantenerles en ese equívoco por lo que ya casi nunca sacan en la tele a Arias Navarro anunciando, lloroso: “¡Españoles! ¡Franco ha muerto!”.

  Digámoslo claramente. Si pasan tres días sin que los medios informen sobre Franco, es sólo porque anda de cacería. En caso de ir algo mal, ya se le echará la culpa cuando vuelva. Ahí quedan, ahí están entretanto, guardándole las espaldas, los nuevos valores del Régimen, estrechando manos de caciques a tanto la comisión y, cual Charlines de la educación superior, acumulando masters como los próceres del franquismo en versión original afianzaban el cargo forjando familias numerosas y presumiendo de haber estudiado en los escolapios. Ahí está Pedro Sánchez con su orquestación de pompas fúnebres para los generales del Alzamiento, amenazando con sacar de la cuneta para llevar y no se sabe si volver a traer a no sé cuánta gente, en recordatorio constante de una guerra parece ser que ganada porque se perdió. Ahí está desplazándose a su Pazo de Benicásim y colocando a Begoña de asesora del Ministro Secretario General del Movimiento para las Colonias mientras el Príncipe Juan Carlos busca novia entre las familias reales de Europa, como cuando el Caudillo aún era joven.

  De hecho, si se investiga el dinero de los Franco -sus garajes, sus pisos sus alquileres…- es sólo como preludio de una operación general de culto a la más inmaculada transparencia, pues a esa indagación van, si duda, a seguir otras aún más minuciosas sobre los consejos de administración y asesorías en multinacionales varias en los que figuran los Zapatero, los Aznar, los Rajoy y a los que, en un futuro cercano, se incorporarán también los Sánchez. Y ahí está -¡no nos detengamos ahora, que hemos cogido carrerilla!- el obrerismo hermanado con la banca en forma de chalet para los líderes de la revolución sindical, lógica continuidad de las viviendas de protección oficial, que se van quedando antiguas. Ahí están -¿no?- Carmen Calvo y demás nacionalfeministas de la Sección Feminorra, todo el día obsesionadas por el sexo y el no-sexo y por empoderarnos pedagógicamente con su retórica condonista, de follaje protésico y braga de esparto, en el tono tiquismiquis y represivo típico de las posguerras y de los revolcones a disgusto de la consumidora.

  En el franquismo de ayer, los Caballeros Mutilados eran héroes de guerra a los que se ponía un estanco. En el franquismo de hoy, desaparecidos los combates cuerpo a cuerpo y, con ellos, los héroes, los caballeros mutilados son señores con determinada querencia erótica a los que la Seguridad Social -que dice que pierde mucho dinero por culpa de los tabaquistas- sube a la mesa de operaciones para que luego, debidamente acreditados y aún convalecientes y con los puntos a medio quitar, puedan concursar como señoritas en tanga sin desentonar más que para los que se la cogen con papel de fumar.

  Sólo cambian, en fin, el vestuario y la higiene postural. Lo que pasa es que no estamos intelectualmente en forma para cazar el relato. Pero sigue siendo Heidi con su lacrimeo, sólo que Heidi porno y antiheteropatriarcal, claro, Heidi sin abuelito dime tú, Heidi con liguero, reciclada en chulo de éxito en las noches de las Tarjetas Black y los picos de audiencia sudados a base de mandanga. Todo fluye, que decía -me parece- Heráclito Fournier…