La movida

La movida

28 de noviembre de 2013 0 Por Ángulo_muerto
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Daniel Aguilar

LA MOVIDA ESTARÍA PROHIBIDA HOY. LOS REBELDES AÑOS 80.

Cuando expresaba mis quejas, me decía mi amigo José Luis en aquellos años que, con el tiempo, se hablaría de lo buena que había sido la década de los ochenta (aunque él se refería solo al cine) y yo no le creía.

Pero pensando en la ahora tan homenajeada, halagada, llorada y sobre todo mitificada “movida madrileña”, me vienen a la memoria protagonistas de aquel entonces a los que en cambio o no se quiere recordar o se hace sesgadamente, como Fernando Márquez “El Zurdo” (que se declaraba abiertamente falangista), el Iñaki que lideraba el incomparable y enloquecido Glutamato ye-ye (con melenas y bigote hitleriano), el no menos inclasificable grupo gallego Siniestro total, otros mucho más underground como Necrosis en la polla, y títulos de canciones que lo dicen todo, como Todos los paletos fuera de Madrid (¿alguien se atrevería a decir eso hoy?), Esto no es el oeste, pero aquí también hay tiros (sobre el terrorismo etarra), El sudaca nos ataca (que empezaba a modo de tango), Ayatollah, no me toques la pirola (sobre la revolución iraní), Mongoloide (insisto, ¿quién se atrevería hoy?), Todos los negritos tienen hambre y frío (donde ya se atacaba la farsa de la ayuda al desarrollo y a los oenegeros avant-la-lettre), Más vale ser punkie que maricón de playa (sin comentarios), Negros hambrientos (¡aquella estrofa de “ten compasión y guarda una bala para ellos”!), ¿Qué tal, homosexual? (respuesta: “pues hombre, no me va mal”), Tanta puta y yo qué viejo (título genial). Y un largo etcétera, políticamente incorrecto, pero de verdad, no de pose. ¿Chorradas? Sin duda, pero… entonces ¿por qué hoy serían imposibles? ¿Por qué nos las prohibirían? Pues porque fue Libertad, con mayúsculas y cabían todas las opciones. Porque la “movida” no fueron solo Pedro Almodóvar y Alaska y los pegamoides.

Y además, junto a todo esto, un paisaje de contrastes. Las fiestas del PCE donde se buscaba atraer militantes a base de bocadillos de chorizo o langostinos y las estrafalarias manifestaciones del 20-N con una variopinta fauna que parecía surgida de los tebeos de Martínez el facha (con las surrealistas botellas de “vino nacional” cuya etiqueta era el careto de Franco). La caseta de los nazis de pulcro aspecto de CEDADE en la Feria del Libro entre otras de contenido infantil, esotérico u erótico, como una más. ¡Y la gente comprando libros! También las manifestaciones de estudiantes tomando la Gran Vía madrileña, con facciones de todos los colores en un batiburrillo. El terrorismo semanal por parte de unos y otros (aunque sobre todo de unos) y el intento de golpe de Estado del Teniente Coronel Tejero, al que al parecer le fallaron los apoyos de las alturas que se le habían prometido. Procesiones cristianas por las calles desfilando delante de los carteles de un cine donde el erotismo se hallaba presente incluso en las super-producciones de Hollywood. Hoy cristianismo y erotismo se hallan ya casi extintos (o más bien tergiversados) en todos los órdenes, el primero por la presión de grupos mediáticos como PRISA dedicados a forzar políticas de ingeniería social y el segundo por culpa del subvencionado y agobiante lobby feminista, todos empeñados en ir recortando libertades.

En definitiva, aquel fue un panorama impensable y convulso, no ya en el Madrid de hoy, sino en cualquier otro lugar y época. Y es que, vistos ahora, los años ochenta constituyeron el período de mayor libertad que ha conocido la España de los últimos 100 años, pletórico de incorrección política de la de verdad y de jóvenes anti-sistema de los de verdad, con ganas de hacer cosas. Aunque las cartas estaban marcadas, pues al final gana el que cuenta con el apoyo financiero de las oligarquías, el espíritu impronunciado era el de “Aquí vale todo y que gane el mejor”. Y sin embargo, esos mismos que en los medios rememoran con nostalgia los años de la llamada movida madrileña, son los primeros que no permitirían hoy la reproducción de una situación así, tal es la intransigencia que domina hoy el “patio” y la saña y crispación con que dichos medios de “comunicación” (léase “domesticación”) azuzan al pobre bípedo democrático a bracear en un todos contra todos sin sentido, mientras se le hacen pagar y pagar impuestos e intereses. Los que más gritaban entonces contra la censura, son hoy los primeros partidarios de ella y que nadie lo dude. Sé perfectamente que muchos consintieron aquel estado de cosas no por gusto, sino porque carecían de los recursos legales para impedirlo.

Confío en la capacidad intelectual de los lectores de Ángulo Muerto, pero aun así me gustaría clarificar el discurso. No reivindico ni añoro todas y cada una de las manifestaciones aquí citadas, menos aun el golpismo y el terrorismo. Lo que reivindico es el espíritu abierto que permitía debatir sin tabúes sobre cualquier tema. Por eso, los que tuvimos la adolescencia en la España de los años ochenta vemos con tristeza y preocupación cómo día a día se nos recortan las libertades en nombre de un vago “no herir sensibilidades”. Al que dará la vuelta de tuerca definitiva el siniestro Ruiz-Gallardón (por otra parte, el principal responsable de haber convertido la bella Madrid en el estercolero-basurero en quiebra que es hoy) con su nuevo Código Penal, que por primera vez en la historia de la democracia incluirá el delito de opinión, pudiendo penalizarse a los que ofendan con sus palabras a determinados colectivos y sensibilidades (“será de los más avanzados de Europa”, he llegado a leer, o sea de los más represores) o aquellos que se considere que con sus opiniones están incurriendo en algo tan vago e impreciso como “incitar al odio”. Finalmente, he visto en un informativo digital que un “think tank” europeo autodenominado European Council on Tolerance and Reconciliation ha puesto en marcha una iniciativa con la aspiración de convertirse en obligatoria en los 27 estados de esa estafa llamada Unión Europea. Dicha iniciativa quiere que se pueda controlar la actividad y las comunicaciones de gentes “heterodoxas”. O sea, de aquellos que dedicamos nuestra mente a pensar, entendido como relacionar unas cosas con otras y extraer conclusiones, y no a la consola de juego, el concurso televisivo de turno o los “minutos de odio” diario que se nos programan.

Y no veo que nadie se esté rebelando contra todo esto, poniéndose el acento de la protesta en cambio en la restricción del derecho a las manifestaciones frente al Congreso, que es solo una migaja. Será porque la mayoría cree que ahora hay más libertad que antes, solo por que cada cierto tiempo nos conminan a acudir al nuevo sacramento de la urna y elegir entre sota, caballo y rey (y qué sota, qué caballo y qué rey).

Para valorar una época, no solo hay que ponderar lo que hemos ganado, sino también lo que hemos perdido. Y hemos perdido mucho, pero sobre todo la capacidad anímica y legal para reírnos los unos de los otros, insultarnos y decirnos mutuamente lo que realmente pensamos. Profético Nietzsche cuando escribía: “¿Quieres ser sincero con tu amigo? Pero él te odiará por eso”. Personalmente, no cambio mi adolescencia en la España de los años ochenta por otra en distintas coordenadas espacio-temporales, salvo quizá las de Japón en esa misma década, claro (muchísimo menos rebeldes, en cualquier caso). Volviendo a la “movida” y a Gluamato Ye-ye, “que no te hablen de drogas, que ahora sí que estás colgado”.

Vae Victis.