Imaginando talleres
12 de noviembre de 2013Lecturas totales 579 , Lecturas hoy 1
La anécdota cuenta que Bernini recibió a Cristina de Suecia sin quitarse el mandil. Y el Barroco es lo suficientemente exuberante como para no precisar de énfasis románticos que enaltezcan el clima de la situación. Aunque es difícil no ceder a la tentación de imaginar la escena: por un lado, la reina del lejano Norte reinventándose católica y habiendo reflexionado profundamente sobre esencias y dominios; por otro, el artífice de excelsas representaciones al servicio de los cultos del viejo Mediterráneo y de las glorias del mundo, o del Espíritu, sin más.
El escepticismo posible de Bernini; el eclecticismo seguro de su genio. Su taller sirve a príncipes y dioses, pero está, a la vez, situado en un territorio que los trasciende. Los dos lo saben, no es el diamante del enano, no es la labor vulcánica lo que la reina se acerca a admirar en ese taller, ni la admisible beatitud de un oficio maravilloso, sino un tiempo que se arraiga dentro del tiempo, pero se alberga en el infinito de la mente. Algo parecido a la eternidad. Así cumplimentados, ella pudo manifestar su majestad y él conservar su mandil.
Ilusiones del taller, de los innumerables talleres, encendiéndose de sueños y recogimiento; resistencia al fatalismo aplanador, a la desgracia y miseria de los tiempos, a los desprecios y abusos de los impunes. Espejos donde los ángeles, los terribles, pudieran contemplarse y, con suerte, reconocerse; donde pudieran ser honradas la pasión y fortaleza de los justos. Amén.
Enrique Porta