Hacer el payaso
10 de junio de 2013Lecturas totales 683 , Lecturas hoy 1
Aquel a quien le guste, que entretenga a los demás. Puedo por ejemplo escribir:
¿Dónde estuvo usted anoche? – pregunta Dostoievski, de mal humor.
En un baile – contesta mi hermana, despreocupadamente.
¿Y bailó usted?
Naturalmente.
¿Con su primo?
Con él y con otros.
¿Y eso le divierte?- pregunta Dostoievski.
A falta de algo mejor, sí – contesta ella, y se pone de nuevo a coser.
Dostoievski la contempla en silencio durante unos instantes.
Es usted una criatura superficial y tonta – declara de pronto.
La matemática Sofía Kovalévskaia refiere este diálogo entre el escritor y su hermanita en “The Reminiscenses of Sophie Kovalesky”, según se cita en “Letters of Fyodor Michailovitch Dostoevsky”, extracto a su vez recogido por George Steiner en el ensayo “Tolstoi o Dostoievski” (página 198, Ediciones Siruela, 2002).
¿Y saben ustedes?
La matemática, quien por cierto a la edad de trece años cortejó al novelista, era descendiente de Matías Corvino, trigésimo cuarto rey de Hungría, pero su abuelo se casó con una gitana y le quitaron el principado. Total, qué importa. El caso que Sofía se crió en el seno de una familia zíngara donde aprendió ciencias, biología y literatura; que fue la primera mujer el lograr una cátedra europea, a la sazón en Suecia (1881); y que en la luna hay un cráter que lleva su apellido.
¡Ja!
La luna. “El repentino influjo de la luna en la hora taciturna”, que dice Juan Lancastre en “Aire de Dylan”, (página 37. Editorial Seix Barral, 2012). “El hecho es que podría especular hasta el infinito. Este libro podría transformarse en un laberinto de ambigüedades mentales. Y más vale entregar la sucesión descarnada de los acontecimientos, aún cuando la posesión del tema conduce a dudar sobre la posibilidad del relato. Más fácil es descubrir el tema en la medida en que el engranaje verbal se desarrolla y en que el ritmo de las palabras cae en un pozo sin fondo, que todo se lo traga…” Lo dice Jorge Edwards en “Persona non grata” (página 28, Tusquets Editores, 2000. Colección Andanzas). La luna, la luna. Los lunáticos. El público. Los grandes que se fueron. El detalle y la curiosidad. Los hilos. La voz. Los suspiros. Mi amigo y yo. Mi terrible y yo. Los sueños que me persiguen y yo que los vivo y los vivo para luego soñarlos y me muestren lo que estoy viviendo. Un cuerpo celeste impactó contra La Tierra. Una china salió disparada y la llamamos Luna. Un fragmento. Una piedrita en el zapato. Un recuerdo. Un souvenir. Todo tan negro y ella en medio. Materia oscura: 23% del universo observable. Llamo la atención sobre el adjetivo observable. Energía oscura: 72% de la realidad conocida. Nos queda un 5%. Y he ahí la porción donde vivimos. Sabemos un 5% de aquello que somos capaces de imaginar. ¿Y aún quieren seguir leyendo? ¿Para qué? Es mejor asomarse a la ventana.
Esto es ridículo.
“La muerte del señor Goluza” se ha publicado hasta el momento en innumerables ocasiones por todo nuestro país, en su primera versión como folletín por entregas de nuestro escritor del absurdo.” Al escribir esto, Danilo Kis (1935-1989) se refiere al libro de Branimir Scepanovic, de quién no diré nada. “La muerte del señor Goluza” se llevó al cine en 1997, dirigida por Alan Wade y protagonizada por Christian Slater. Es una historia inquietante. Un hombre se quiere suicidar y llega andando a una ciudad que no tiene futuro. Él les cuenta su plan a los habitantes y ellos le reciben muy bien. Se enamora. La chica se mata para esperarle al otro lado. Todos le colman de bondades con tal de que cumpla él ahora su propósito. Perfecto. Maravilloso. Asómense a la ventana y observen a los viandantes. Danilo Kis también era serbio, como el bueno de Branimir. Danilo Kis era además hijo de un judío, y húngaro, como el rey Matías Corvino, húngaro, sí; y también invasor del Reino de Bohemia. Hace poco trataron de insultarme llamándome gitano. Me honraban. Danilo Kis fue difamado entre septiembre de 1976 y marzo de 1977. Se le acusaba de plagio. ¿De quién? ¡De Steiner! No le pregunten el nombre al primer desconocido que vean tras asomarse a la ventana. Podría contarles cosas de las que nunca hayan oído. Sigamos con el ensayo del supuesto plagiado: “en el ámbito de lo más real los recursos principales son la paradoja, la ironía dramática y una ambivalencia sombría, herética.” Retrocedo tres hojas. Estoy en la página 312 y aterrizo en la 302. Leo: “la peregrinación hacia Dios sólo puede tener sentido si los hombres pueden escoger el camino de las tinieblas.” Me levanto con las tripas prietas, voy al baño y cojo mi pastilla. Depakine, se llama. Un antiepiléptico que me mantiene estable. Dostoievski era epiléptico. Me la tomo con un sorbito de agua fría. Suena el reloj encima de la nevera. Tic, tac. Hoy me han dicho que el 31 de abril es Beltane, cuyo nombre me recuerda a Depakine. A medicina, en todo caso. No teman. Se trata de una fiesta celta de origen irlandés. La consagración del verano. ¡Qué alivio! Flores y mantos verdes que se extienden por las colinas mientras los jilgueros cantan y los cuervos roban anillos. Los hombres saldrán a correr pensando en la playa. Yo pienso en el verano desde diciembre. En febrero me rompí una costilla. Ahora estoy recuperado y sigo pensando en el verano. Salgan de una vez a la calle y no le pregunten el nombre al primer desconocido. Podría mandarles muy lejos, fuera de la órbita de ustedes y entonces, ¡oh, entonces, sucederían cosas distintas! ¿Quieren que les sucedan cosas distintas? ¿Quieren viajar más allá de su órbita? No se lo recomiendo. Lean lo que Robert Waster escribió al respecto: “que otros viajen y vuelvan más inteligentes a su país de origen. Yo tengo la suficiente inteligencia como para morirme aquí (…) Además, no tengo el menor deseo de hacer carrera. Lo que para otros es lo máximo, para mí es lo mínimo.”
“Los hermanos Tanner”.
¿Lo han leído?
¿Se han asomado a la ventana?
Ya es primavera.
El Corte Inglés sigue vendiendo y vendiendo.
Tengo cuarenta y dos años. Hace poco me enteré de que no tenía cuarenta y tres. Me lo dijo un familiar. Al principio, no sabía dónde había estado un año entero. Vacío. Muerto. Loco. De viaje precisamente por las regiones subterráneas. ¡Oh, viva la luz! ¡Vivan los días azules y preciosos en donde todo transcurre cotidianamente! El sofá. Las patatas cocidas con aceite, sal y pimienta, salsa extra-hot y un huevo frito encima. Las amistades de ustedes. Las sencillas bondadosas amistades que les hacen bien. Y no esto. Vamos, dejen ya de leer y llamen a una persona que les consuele o distraiga.
No tengo nada más que contar ni que decir: “abrir una ventana en el muro de tela es lo que consigue el payaso de Mallarmé siguiendo el ejemplo del clown de Banville. Persigue su ideal no en la altura estelar, sino en el agua límpida de una mirada amada. Con el mayor peligro, muere para tratar de renacer en el absoluto de un amor transformador, pero, al revés que el vuelo hacia las estrellas, el baño feliz en el lago de la vida no implica un triunfo del arte.” Jean Starobinsky sobre “El payaso castigado”, de Sthépane Mallermé (página 30 de “Retrato del artista como saltimbanqui”. Abada Editores, 2007).