Aproximaciones a los Principia Litteraria de Juan Ignacio Ferreras

Aproximaciones a los Principia Litteraria de Juan Ignacio Ferreras

10 de junio de 2013 0 Por Ángulo_muerto
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Ángel Esteban Monje

En este breve opúsculo titulado Principia litteraria, Juan Ignacio Ferreras (autor de la incelebrada La novela en España11) concentra todos sus esfuerzos en definir las características propias de la literatura, aceptando que esta se constituye a partir de una estructura estructurante. Pero, ¿qué es esa estructura estructurante para Ferreras?

Desde el prefacio, acomete el tema desde una noción de ley en el campo de las ciencias humanas («La “ley” de las Ciencias Humanas es solamente un descubrimiento pero no una realidad intangible») para abundar afirmando que: «…toda ley humana no es más que la reducción a términos lógicos de un comportamiento social, y como es obvio, no existe ningún comportamiento fijo o inconmovible en la historia del hombre». Donde quizás habría que objetar que el ser humano como tal siempre ha tenido, al menos, un comportamiento social fijo que ha sido aquel que le ha permitido sobrevivir, para lo cual ha tenido que agruparse (podemos hacer referencia al zóon politikon aristotélico).

Finalmente, este mismo prefacio termina con cinco presupuestos epistemológicos, en los que deja claro que para él «tomar como definitiva cualquier clase de concepción literaria» es ilusorio. Ya, desde estos mismos presupuestos, se comienzan a vislumbrar las influencias de Hegel y, también, de Lukacs cuando habla de que la literatura ha de ir unida al sujeto. Es más, en su segundo presupuesto afirma que la ciencia literaria va necesariamente unida a momentos históricos concretos. Quizás, parte de esa ciencia literaria no debiera olvidarse de remarcar (mucho más en nuestra época de posmodernismo hegemónico), cuáles son las señas de identidad de un arte, que más allá de sus estilos, escuelas y géneros debe poseer una características que permitan seguir llamando a este arte: Literatura. Continuando con el punto tres, observamos que la cuestión social cobra una gran importancia en la teoría de Ferreras, sosteniendo que «el estudio de la función, social e histórica de la obra, es tan importante o más significativo que el estudio de la génesis y de la estructura de la misma obra». A lo que, sin duda, habría que objetarle que la función estética (como ya defendió Jackobson) es lo característico de la obra literaria y no los diversos hechos históricos o sociales que ya son estudiados por otras disciplinas. Por lo tanto, el escritor debe ofrecer una obra que se valore fundamentalmente por sus aspectos estéticos, ya que lo que pretende ofrecer es una obra de arte y no un artefacto sociológico. Así, también, concluye que «toda literatura es un comportamiento» e, insiste, obligatoriamente sociológico. Desde luego, todo acto cultural puede ser analizado como un comportamiento sociológico si, como se comentaba más arriba, el hombre es social por naturaleza.

El primer apartado de sus Principia, bajo el epígrafe: “De la literatura como ciencia”, lanza la idea de tratar, por primera vez en la historia, la literatura como si fuera una ciencia; además, realiza una clara distinción entre literatura y obra literaria. Ahora, pronto regresamos a los presupuestos del prefacio cuando afirma: «toda obra literaria puede ser comprendida por una ciencia llamada literaria». Para después continuar con: «Si entendemos por comprensión la descripción de un significado interno de la obra a partir de la obra misma… comprender la literatura ha de consistir en encontrar su estructura significativa interna». Cuando Ferreras entiende una ciencia (humana) como la descripción de un fenómeno y no como el descubrimiento de las leyes que lo rigen, no parece comprensible que a esta cuestión se la pueda denominar ciencia. Sería un enfoque fenomenológico, aunque si se considera al modo hegeliano, se requeriría, también, un análisis y no sólo una descripción. Si a esto le añade que el «hecho literario es la materialización de un comportamiento», la cuestión radica en adivinar qué diferencia a un hecho literario de otras manifestaciones de comportamientos como pueden ser la expresión corporal, el civismo, los eventos folclóricos, etc.

En el siguiente apartado: “De la estructura literaria en general”, encontramos la sustancia hegeliana de la que se alimenta toda la teoría. Que toda obra literaria y la literatura sean denominadas «estructura», y que esta desde el inicio posea todas las estructuras finales, nos acerca al verdadero meollo de la cuestión en estos Principia litteraria. Este hecho, al menos en cuanto a la consideración proceso o devenir histórico, sí que marca un punto fundamental a la hora de tratar una creación artística. Esta idea se configura a través de lo que el profesor Juan Ignacio Ferreras denomina «estructura estructurante» que viene determinada por la conservación de matriz y que será el fulcro sobre el que se construirá su teoría. Para seguir desde la visión hegeliana, el Geist o espíritu cósmico se postula como una estructura estructurante que necesita sujetos finitos para materializar esa estructura a través de lo que Ferreras denomina «estructura estructurada».

A su vez, la estructura estructurada se divide en dos tipos: el cerrado y el abierto. En cuanto al tipo cerrado, que sería aquel que mantiene un esquema perpetuado por el tiempo y, al que de alguna manera, pertenecen las obras clásicas, abre la posibilidad de no considerar, desde mi punto de vista, a estas obras como estrictamente literarias. Es decir, serían literarias en apariencia, aunque en realidad son pura artesanía. ¿Qué creación puede existir ante un tipo cerrado de estructura estructurada? Si no hay creación, progreso artístico, ruptura, entonces hay repetición, aprendizaje técnico y acoplamiento más o menos brillante en la búsqueda de un éxito casi garantizado. Por lo tanto, solamente el tipo abierto, aquel que ofrece una estructura estructurada dispuesta a la incertidumbre y a la rotura podría considerarse literatura o propuesta literaria. La estructura estructurada de tipo abierto sería aquella estructura dúctil capaz de reflejar, ajustarse o dislocarse de la misma forma que también lo lleva a cabo la historia.

2.20. El debilitamiento o la mayor flexibilidad de la autorregulación de una EE, puede ser de dos clases: o engendrador de nuevas estructuras finales, o engendrador de una nueva estructura matriz o inicial.

Como vemos, en el punto 2.20. aparece una especie de disonancia con la consideración que hasta el momento el profesor Ferreras mantenía con la EE (estructura estructurante). Hasta llegar aquí, la EE era una, un Geist que desde el primer momento posee en potencia todos aquellos actos de la literatura que se materializarán en el devenir; pero, si la EE se puede romper, entonces, se abre la posibilidad de que se llame literatura a un fenómeno que nada tiene que ver con un arte de la expresión verbal. Más adelante, en el punto 2.30 («La materialización de la liquidación de una EE, destruye desde dentro la obra literaria, la propia materialización, esta puede ser así, incoherente, aberrante, ilógica según los criterios lógicos tradicionales, pero puede constituir también una nueva materialización. Lo nuevo»), se profundiza en la contradicción de aceptar que EE (estructura estructurante) se puede liquidar, cuando la historia de la literatura nunca ha sufrido liquidaciones totales, sí olvidos, transformaciones, derivaciones, pero desde luego en un contínuum.

Al punto anterior se añade otra disonancia, según mi opinión, con el hacer literario, cuando afirma en el punto 2.31.: «Toda nueva Ee de tipo A, produce como mínimo, una revolución al nivel temático de la obra literaria». ¿Por qué un nuevo tema, si es que existen los nuevos temas, habría de provocar una revolución? Si produce una revolución, desde luego no será literaria; lo podrá ser filosófica, religiosa, moral, política, etc. Paradójicamente, hay que estar totalmente de acuerdo con el punto 2.38.: «La ruptura o la negación es el motor histórico de la EE».

Tras analizar las estructuras de tipo A y C, aborda la estructura social de la literatura comenzando con toda una declaración de intenciones: «Toda estructura literaria es de origen colectivo». Añade: «Sólo un sujeto colectivo es capaz de engendrar o crear un modo de relacionar, una EE (o un lenguaje, una problemática)». Quizás hasta el Romanticismo la idea de sujeto colectivo ha podido funcionar, pero a partir de esta época, más allá de considerar que cualquier escritor o creador está inserto en una sociedad, este acomete su labor creativa en soledad. La EE se desarrolla con la materialización de las grandes individualidades que compiten a través de la creación de estructuras de tipo A. Ferreras aborda la cuestión del grupo social como si también en la actualidad la tribu, a pesar de que la transmisión oral casi ha desparecido, manejase cada uno de los procesos creativos: «El grupo social, o sociedad totalizada, sujeto colectivo de una EE, significa socialmente la estructura creada».

Cuando señala que la «significación consiste… en que toda estructura literaria es también una visión del mundo», hay que estar de acuerdo con su postura, pero esa visión del mundo puede ser de un solo individuo que trastoque la visión aceptada y tradicional de su grupo social.

Más adelante, en el punto 3.29., nos topamos con que «toda estructura literaria materializada, posee una función social». ¿Por qué habría de ocurrir esto con todas las estructuras literarias? Una obra literaria, en principio, tiene que poseer una función estética para que sea considerada como tal; luego, además, puede tener o no función social si es capaz de transmitir un mensaje o una serie de valores o ejemplos a un grupo social. Tampoco podemos olvidarnos de lo que ha supuesto toda la Estética de la Recepción y su concepción del lector y tipos de lector.

En cuanto a la estructura lingüística, parece que desde el principio sus «leyes», al igual que ocurría con la estructura social, tampoco son «las “leyes” de la estructura literaria». Habría que objetar que la literatura tiene que ver obligatoriamente con el lenguaje, con lo que necesariamente deben ser materia de la estructura literaria. Luego, según avanza el apartado, la estructura literaria se define como «connotativa» y la connotación como «descodificación». Aunque lo más interesante radica en la denominación de la decodificación como «búsqueda de la significación estructural». Habría, ahora, que concretar de qué manera se obtiene esa significación.

Si continuamos, después, con la cuestión psicológica se consideran dos estructuras: la colectiva y la individual. En cuanto a la individual, se vuelve a insistir en que «ningún autor individual es capaz de crear una EE, aunque sea capaz de materializarla por primera vez, o revelarla socialmente», pero, por qué no puede ser así; ¿por qué la estructura estructurante solamente puede ser una creación colectiva?

En la sección “De las estructuras literarias”, la estructura estructurante viene indefectiblemente unida a la estructura estructurada. Se despliega definitivamente la concatenación de las tres mediaciones explicativas (lingüística, social y psicológica), posicionadas como los vértices de un triángulo equilátero. Pero uno se pregunta cómo puede crearse un poema o una novela sin la presencia de un lenguaje propio, connotado, transformado ad hoc por el autor. Parece, a veces, cuando se habla de cuestiones sociales y psicológicas en la literatura que con el lenguaje no es suficiente, con todo lo que supone mental, emocional e imaginariamente; la extrañeza que supone un nuevo punto de vista, una nueva manera de acercarse lingüísticamente a una realidad que se nos escapa y que con nuestra lengua corriente no nos vale para un conocimiento de nosotros mismos (por ejemplo).

Casi llegando al final nos encontramos con una vuelta de tuerca más acerca de la EE y de la Ee. A la estructura estructurante se le liga una virtualidad organizativa totalizadora y a la estructura estructurada una virtualidad autorreguladora que inspira selecciones y clasificaciones. De todo lo cual, lo más interesante viene a ser la idea de juego dialéctico establecido entre la virtualidad organizativa y la autorreguladora y, sobre todo, que lo trate desde el concepto fundamental de coherencia. Y sobre esto último vale la pena destacar el punto 6.36.: «La coherencia absoluta significaría el fin del devenir y de la historia, significaría la muerte de la Literatura». Ese punto de incertidumbre nos reclama como actores (autor-lector) de un proceso infinito del que las obras literarias y sus posibles lecturas son materializaciones necesarias.

Terminan los Principia de Ferreras con una breve acometida a los géneros literarios. Curiosamente, el primero de ellos, la lírica, llega a «confundirse con la EE», es decir, se puede mostrar «tal como es». Después de todo lo dicho anteriormente, con la lírica la forma parece cobrar prevalencia. La estructura lingüística destaca tanto que, incluso, se puede transformar en EE. De alguna manera, esta situación desconcierta si tenemos en cuenta que las tres estructuras (lingüística, social y psicológica) se habían postulado en la equidistancia. Claramente la lírica muestra el lenguaje más connotado, más ‘extrañante’, más cercano al disfrute estético. A pesar de todo, finaliza con la siguiente sentencia: «Las visibles y explicativas mediaciones de las estructuras lingüísticas y psicológicas, no deben ocultar la estructura social de la estructura lírica, que, aunque no es aparente ni visible, es también mediadora de la misma». Da la impresión de que la cuestión social debe estar presente de forma inapelable.

En cuanto a la novela, como ya se sospechaba, se caracteriza por representar el «universo social en el que surge la obra». Además se compone de protagonista y de ese universo que, suponemos, estará imbricado con un tiempo o tiempos.

Para terminar, el teatro entra en la disquisición acerca de considerarlo literatura. De ahí que, muy acertadamente, Ferreras acabe por determinar que si «el teatro es un lenguaje dramático… su estudio no corresponde a la Literatura». Y es que el teatro ha llegado a ser un arte propio, separado de la literatura, cada vez más influido por el cine (y viceversa) que ha sido acogido por las artes escénicas. El texto es cada vez menos importante y toman relevancia los diferentes modos de representación, tendentes a la espectacularidad.

En conclusión, se muestra interesante el hecho de mirar la literatura a través de una estructura estructurante en constante devenir; observar cómo se materializa a lo largo de la historia en estructuras que muy de vez en cuando transgreden las convenciones anquilosadas. Pero, aunque Ferreras cae demasiado en la impronta social de la literatura y la función de esta, la literatura no deja de estar alentada por un destino estético.

1

Ferreras, Juan Ignacio, La novela en España. Historia, estudios y ensayos(6 tomos + 3 catálogos), Biblioteca del Laberinto, Madrid, 2009-2012. En esta magna obra se aborda (desde los orígenes hasta nuestros días) el devenir de la novela en España con rigor y personalidad.